25 años de ‘Dots and Loops’ de Stereolab, análisis sobre este álbum que resignificó el siglo XX
Que haya pasado un lustro desde el debut de Stereolab hasta la llegada de su primera obra maestra —la segunda es ‘Sound-Dust’ del 2001, en opinión de quien escribe estas líneas— revela mucho de la ambigüedad con la que abordamos el concepto de genialidad musical. Por lo demás, 1997 fue un año donde dicha genialidad bebió de aquella “tensión pre-milenio” que Tricky apuntó meses antes.El ‘Ok Computer’ de Radiohead, gran obra de ése año, no sólo cristalizó los temores que rodeaban la llegada del siglo XXI, sino que también pasó a la historia como la más grandilocuente y acertada expresión de esta inquietud. Sin embargo, ‘Dots and Loops’ de Stereolab, lanzado el 22 de septiembre de 1997, resulta un álbum tan desafiante en el mismo sentido como la magnus opus del quinteto de Oxfordshire. El ensayista Chuck Klosterman apunta en su libro ‘Los noventa’ (2022) que, durante la década del mismo nombre, surgió una tendencia de etiquetar a toda la producción cultural como “posmoderna”. Sin embargo, una escucha atenta a ‘Dots and Loops’ revela una construcción y una filosofía que bien hacen a este álbum merecedor del título de estandarte de las ideas posmodernas en la música popular. Un año después de haber encontrado su sello definitivo con ‘Emperor Tomato Ketchup’ (1996), Stereolab dejó de lado la fascinación por el krautrock para explorar de lleno los sonidos que entonces dominaban el mapa de la música electrónica, como el drum n’ bass, el ambient y el IDM, proeza que se consiguió gracias al apoyo de Andi Toma y Jan St. Werner de Mouse on Mars, entonces representantes máximos de aquel último estilo. Pero ‘Dots and Loops’ no solo apuntó a la comunión entre la vanguardia del pop y la música retro —la influencia del lounge, la tropicalia y el space pop está más presente, aunque sutil—, sino a la reconstrucción de la historia musical del siglo XX en un lenguaje único, nacido de las posibilidades electrónicas que Stereolab supo explorar de una forma más lúcida con relación a algunos de sus contemporáneos del post-rock. Al igual que en anteriores materiales —y la realidad es que nunca dejó de hacerlo—, Stereolab deconstruyó en ‘Dots and Loops’ fragmentos aislados de la historia sonora del siglo XX, y los proveyó de un nuevo contexto en clave de (retro)futurismo. “The Fearless Vampire Killers” de Krzysztof Komeda sirvió de base para las melodías de “The Flower Called Nowhere”; las progresiones de “Cadê Jodel?” de Joao Donato y “Love Is Everywhere” de Pharoah Sanders se convirtieron en sinfonías casi no-humanas en “Parsec” y “Diagonals”, respectivamente; y la introducción de “Ticker-Tape of the Unconscious” es una referencia directa a los primeros compases de “Divino, Maravilhoso” de Gal Costa. “Brakhage”, pieza que abre ‘Dots and Loops’, encapsula en su título el sentido global del álbum, pues rinde homenaje al cineasta experimental estadounidense Stan Brakhage, quien construyó un centenar de obras a partir de la yuxtaposición de elementos aislados provenientes del mundo real con los del mundo fílmico (los primeros 20 segundos de la canción, por cierto, apelan a la nostalgia de la era pre-Google, con aquel sonido intermitente que remite a las primeras conexiones de internet). En ‘Dots and Loops’, Stereolab se sirvió de un nuevo universo sonoro y de préstamos musicales que casi son un détournement para resignificar la historia cultural del siglo XX, frente al advenimiento del nuevo milenio con todas sus incertidumbres humano-tecnológicas. El reconocimiento como obra maestra de su época —y del art pop y la indietronica— ha sido tímido, relegado apenas a un puñado de audiófilos. Sin embargo, ‘Dots and Loops’ se mantiene como una obra única en su tiempo, cuya música hoy en día sigue sonando a “futuro”, pues fue esta misma y no su letra la enunciadora sobre la inquietud por los misterios del mañana. Si ‘Ok Computer’ de Radiohead le cantó al miedo a la máquina, ‘Dots and Loops’ de Stereolab fue su contraparte femenina.