La música en modo nostalgia, o de cómo cancelamos el futuro

El futuro, aquello que excitaba las mentes en décadas pasadas, ha quedado reducido a unas cuentas obras de la ciencia ficción. La cultura pop ha encontrado un oasis de contenidos en el pasado. Se dice que la innovación es uno de los estímulos más seductores para la cultura contemporánea, sin embargo, lo innovador ha quedado lejos de imaginar algo más allá del presente y su pasado, vivimos en una constante cancelación del futuro. Series de TV, reencuentros, reediciones de discos y libros, películas en live action de clásicos animados de nuestra infancia. Es la tendencia, es lo de hoy. ¿Qué nos hace desbordar las emociones del recuerdo y la añoranza? El pasado y la idealización del mismo; dicha idealización dotan al pasado de momentos significativos, mismos que hacen importante nuestra constitución de la identidad y cómo nos experimentamos a nosotros mismos frente al mundo.   En el caso de la música, nos conduce de manera directa a nuestro pasado, y a la forma en la que nos experimentamos a nosotros mismos. Simon Frith lo dice de una mejor manera: “Lo estético describe la calidad de una experiencia (no la de un objeto); significa experimentarnos a nosotros mismos (no solo el mundo) de una manera diferente.” Por ello, cuando escuchamos a la banda favorita de nuestra preparatoria, revivimos la experiencia estética, más allá de lo que la banda o artista, pueda decir melódica o líricamente; sin embargo, es un pasado muerto, un lugar al que no tenemos acceso, por ningún medio más que el de la fantasía. La filósofa mexicana Julieta Lomelí en su reciente texto “Poética de la nostalgia” cita a la a escritora Svetlana Boym: “es un anhelo por un hogar que ya no existe o que nunca ha existido. La nostalgia es un sentimiento de pérdida y desplazamiento, pero también es un romance con la propia fantasía”.   Ése romance con la fantasía, ha sido muy bien canalizado por el consumo, que ha explotado la idealización de esa fantasías, porque sin idealización no hay romance. Vivimos en un éxtasis cada vez más compulsivo por el pasado. ¿Nos estamos esforzando de más por montar una vida lo más apegada al pasado? ¿Por qué una banda hoy en día querría más sonar a los Ramones que postular una imaginativa del futuro al estilo Kraftwerk? No encontramos muchas referencias al futurismo, sin embargo, si encontramos muchas versiones actuales de referencias a artistas del pasado. Es más común escuchar que una “nueva” banda hizo una versión de indie rock sobre el estilo de Chuck Berry.   Frederic Jameson lo explica mejor: No obstante, la palabra “versión” resulta anacrónica en el sentido de que nuestra conciencia de la pre existencia de otras versiones. El mismo Jameson habla del “modo nostálgico” el cual deja fuera a la nostalgia desde la óptica de la psicología. El modo nostálgico atañe más bien a las técnicas “un apego formal a las técnicas y formulas del pasado, una consecuencia del abandono del desafío modernista de crear formas culturales innovadoras adecuadas a la experiencia contemporánea”.   En el libro de “Los fantasmas de mi vida”, Mark Fisher postula como ejemplo de lo antes mencionado, el vídeo de los Arctic Monkeys con la canción de “I Bet You Look Good On The Dancefloor”. Genuinamente creí que era algún tipo de artefacto perdido de un momento cercano a 1980- comenta. Vídeos como esto donde las bandas no representan si no simulan estar en décadas pasadas y pertenecer a ellas, es cada vez más común. The Strokes con “Last Nite” o The Growlers con “Love Test” son 2 ejemplos cercanos al modo nostalgia. Fisher abrocha espléndidamente explicado esto: Las discrepancias en la textura –resultado de las técnicas de grabación y los estudios modernos – denotan que no pertenecen ni al presente ni al pasado, sino a una era implícita “sin tiempo”. La moda de la nostalgia y su consumo.   Sin duda, el pasado nunca estuvo más en tendencia que en nuestros días. Aún recuerdo las vueltas que di por las tiendas de tenis tratando de encontrar un modelo de Adidas. Quería los Gazelle, pero no la nueva versión del modelo, quería la pasada, los que usaba Jay Kay. ¿Mis argumentos? Lo clásico del modelo, los colores y el diseño. ¿Cómo es posible que un producto lanzado en 1960 sea el objeto del deseo por moda? En realidad, el objeto no es la moda ni la tendencia, sino lo retro. Lo que simula. Dentro de ello no sólo existe un sentimiento de originalidad, también de superioridad y distinción, esto afirma que el paso fue superior al presente negado el futuro, al punto en el que la vanguardia cultural nos parezca anticuada o muchas veces ridícula. Recuerdo el film de Noah Baumbach con: Ben Stiller, Naomi Watts, Amanda Seyfried y Adam Driver. La historia va de una pareja sumida en la cotidianidad de una vida sin sobresaltos pero en crisis; ella con la presión social de no tener hijos y él, atravesando un bloqueo creativo para su próximo documental, hasta que conocen a una pareja de jóvenes hipsters y enamorados del pasado. Dicha pareja de jóvenes retrata perfectamente el culto desmesurado hacia el pasado, dejando ver sus postulados en los diálogos, idealizando no sólo la forma en la que se vivía, sino los objetos y escenarios, creando un montaje que a toda costa busca escapar de su presente.   En la música no es muy diferente. La industria del disco marcó toda una forma de consumir música en los años 90, y aunque el CD sea casi obsoleto, el casete ha encontrado un segundo aire para las bandas emergentes que deciden sacar su música por medio de ese canal, o bien, bandas consolidadas que recurren a la nostalgia para recuperar sus inversiones. Hace unos días en Berlín, Sony confirmó el relanzamiento de uno de sus aparatos más entrañables: el Walkman TPS-L2. El Walkman tal como lo conocemos, en su momento fue una ruptura de la forma en la que se escuchaba y

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