Carta al ruido, la inmediatez de la improvisación
El ruido o una ancestral llamada al desastre. El ruido en la antigüedad nunca estuvo en manos del hombre. Se podía encontrar sólo a los pies de una manada de búfalos huyendo en estampida o en el desastre natural como terremotos, explosiones de volcanes o tormentas. El individuo mientras más acercaba a estas manifestaciones naturales más se elevaba en adrenalina también en la excitación del combate, en la caza o la supervivencia. El ruido es en toda forma es una expresión naturalista de la rebeldía, mientras que todos los géneros y subgéneros musicales intentan ser fieles a su etiqueta para responder a un deseo mecanizado aun mandato de una longeva tradición musical. El ruido viaja en dirección contraria rompiendo estructuras que lo hacen mas humano, el error como liberador de la camisa de fuerza llamada control de la previsibilidad, la inmediatez de la improvisación nos recuerda al ritual del cántico nuevo, muy arraigado en la cultura judía, rituales que forman un muro de lamentos en las ya anquilosadas formas de expresión compuestas por curvas aristotélicas sui generis como “ principio- clímax- coros- fade out- repeat”. El aliento fresco de la complacencia y el riesgo como aventura. Lo mismo vemos el mecanismo descubierto en el invento de la rueda aplicado a al constante girar de una tornamesa, el control del fuego en cierta sobre-amplificación o una simple taquicardia elaborada con adrenalina esculpida en los 180 bpm en el Drum & Bass, como vemos en medio de nuestra ceguera dentro de una procesión religiosa, una caravana de New Age portátil en las pantallas seudotáctiles del futuro.
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