¿Cómo lograr que un festival gane la confianza de un público a través de los años? Con disciplina, sorpresa y mucha imaginación. En México hay festivales de todo tipo y pareciera que cada año brota un nuevo nombre en la contienda.
En un ambiente fértil para los festivales de música resulta toda una labor permanecer vigente y, además, seguir sorprendiendo con cada nueva edición. El Festival Marvin lleva 8 años haciendo precisamente eso y, a pesar de las dificultades que surgen al ser una serie de actividades en varios lugares de una zona específica, se ha convertido en una tradición anual por la cual esperar.
En su edición 2018 hubo mucho de eso. Desde el anuncio del cartel uno podía darse cuenta. No solo había los legendarios obligados de cada año como los Buzzcocks o Gang Of Four, sino también una serie de nombres que exploraban los sonidos actuales: de Latinoamérica al resto del mundo. Su selección parece tener una estructura bien definida y en cuanto al desfile de nombres de este año permaneció intacta. Una atinada decisión que ayuda al mantenimiento de su éxito.
Conciertos, proyecciones de películas, presentaciones de libros, mesas redondas, stand up comedy y un poco más. La ambición del festival es clara y en el proceso es sencillo darse cuenta. La zona Roma-Condesa se llena de actividades en un día que celebra la música y su cultura alrededor. Y uno como espectador tiene una decisión difícil, es muy complicado consumir todo en un solo día y al mismo tiempo es emocionante intentarlo.
Este año hubo muchos aciertos y las sedes fueron uno de ellos. Los lugares elegidos parecían cubrir una necesidad específica de la audiencia: el Foro Bizarro como lugar para las guitarras estridentes, el Multiforo 246 como hogar para las rimas, Departamento como la pista de baile por excelencia, Caradura como epicentro de propuestas independientes y el Plaza Condesa como poderoso escenario de headliners. Cada identidad tenía un espacio especial y el festival supo identificarlos a la perfección.
A la par del acierto el proceso involucró algunas dificultades. El clima de aquel día no ayudó mucho y la falta de electricidad en algunas de las sedes provocó retrasos, fallas de sonido y presentaciones incompletas. Todo ello como fiel
representante de las consecuencias de una ambición tan grande. Sin embargo el festival supo arreglárselas y hacer que lucieran mínimamente a la distancia.
Los conciertos cumplieron, las opiniones de las personas fueron positivas, las demás actividades continúan siendo cada vez más relevantes y el festival no para de recolectar ediciones exitosas. Son ocho años de darle vida a una celebración meramente citadina y de celebrar a la música como punto de partida para el diálogo y la reflexión. El Festival Marvin se pone bien, comienza la cuenta regresiva para los sorpresas que vienen en 2019.
Aquí algunos retratos.
Fotos por Sebastián Nájera