Depósitio Sonoro

La tristeza de la fauna nocturna: Blue Monday celebró entre el caos su aniversario número 7


Por Monserrat Arias 

¿Qué fuerzas se desencadenan cuando dejamos que la tristeza nos atraviese por completo, sin evasivas ni consuelos fáciles? El lunes 20 de enero no fue un día cualquiera. En el Pasagüero, bajo la curaduría del artista y curador Erick Diego, se tejió un ritual colectivo que desafió la inercia del día más triste del año. Durante once años, Erick Diego ha dado rienda suelta a su instinto curatorial influido por la magia del caos, construyendo line-ups que cruzan generaciones, donde artistas consolidadxs se encuentran con las voces emergentes, como nuevas cicatrices que se han ido sumando en la escena del ruido.

La noche comenzó como todas las grandes noches comienzan: con un murmullo que crecía en las esquinas, con el eco de pasos ansiosos cruzando la calle Motolinia, con la promesa de que algo estaba por suceder. Era el Blue Monday, el día más triste del año, pero aquí, en el Pasagüero que celebra 21 años de resistencia en el centro histórico, esa tristeza se transformaba en otra cosa: en una vibración, en un lenguaje común, en un espacio donde la melancolía se volvía combustible sin frenos. En su onceavo aniversario, el Club de la Tristeza demostró que incluso el día más gris puede llenarse de intensidad creativa y conexiones humanas.

Desde las primeras horas, con Ricardo Pandal y Esoetheric abriendo la noche, el ambiente en Pasagüero se cargó de una melancolía suave y cálida para empezar la noche. Alfredo Martínez aka Mexican Rarities nos recordó que la nostalgia tiene un ritmo propio y, además, nos hizo bailar con propuestas puramente Mexicanas editadas en VINILO. Su propuesta sonora, que mezcla nostalgia y energía, hizo que los cuerpos empezaran a moverse casi sin permiso. Era imposible resistirse. Entre el ritmo y la atmósfera, lograron transformar la tristeza en un impulso físico, en un baile que parecía un conjuro colectivo contra el peso del día. Mientras tanto, Nayeli Santos presentó una proyección de video que sumergió a los asistentes en un universo introspectivo y visualmente cautivador. Había algo profundamente íntimo en su acto, como si nos recordara que, al final, todos estamos solos frente a nuestras emociones.

Pero el Blue Monday no es un evento que permita comodidad por mucho tiempo. Hay algo en este ritual que parece invocar fuerzas invisibles, un misticismo que flota en el aire y que, tarde o temprano, golpea. Este año, las bocinas cayeron durante el acto de Manuel Rocha, como si una maldición se hubiera desatado. No fue solo un accidente técnico; fue un recordatorio físico de que el caos siempre está al acecho, de que la tristeza, cuando se acumula en un espacio tan cargado de energía, puede romper cualquier estructura, física o emocional. Alguien comentó que no era la primera vez que algo así ocurría en un Blue Monday. “Siempre pasa algo”, dijeron. ¿Sería la acumulación de tensiones, de expectativas, de emociones sin procesar? O tal vez era simplemente la noche reclamando su cuota de desorden. 

Manuel Rocha llevó la experiencia al límite; con una mezcla de sonidos procesados, Rocha no se detuvo pese a la caída de los monitores; continuó, y en ese gesto de insistencia, de seguir a pesar del colapso, hubo algo profundamente humano, casi heroico; creó un paisaje sonoro que oscilaba entre la tensión y la calma, dejando a la audiencia en un estado de hipnosis compartida.

El acto de Thelma Ascencio y Monserrat Coltello, acompañadas por los visuales oníricos de Ipsh fue un espacio para la poesía. Su intervención, entre palabra y performance, fue un golpe directo al pecho: una exploración cruda y honesta de la vulnerabilidad, la ficción y el erotismo que arrancó con suspiros y sonidos modulares. La energía que emanaron fue visceral y envolvente, transformando la tristeza en un acto de resistencia poética.

Enrique Ježik, fiel a su estilo, presentó una propuesta que desbordaba fuerza y precisión. Utilizando una sierra circular y metales, creó una sinfonía industrial que era tanto un desafío como una invitación. Cada corte, cada chispazo de metal, parecía tallar la energía del espacio, convirtiéndola en una presencia tangible. Su acto fue una confrontación directa con el peso de las emociones, llevándolas al límite de lo físico y lo sonoro. Las chispas iluminaban brevemente los rostros del público, bañándonos en destellos que parecían cristalizar la tensión del momento. Sin miedo a ser lastimados, algunos asistentes se acercaron para sentir en su cuerpo un acto de confrontación y belleza industrial, donde la tristeza se convirtió en algo tangible y luminoso.

Finalmente, Thelema cerró la noche con una explosión melódica y oscura, que dejó a los asistentes en un estado de catarsis colectiva. No era un cierre para disipar la melancolía, sino para abrazarla, para convertirla en un canto de resistencia compartida. Aunque Ulalume, quien sería la emblemática vocalista de Casino Shanghai, no pudo presentarse, su ausencia fue sentida por todos. La extrañamos y esperamos escuchar su set próximamente, porque su energía es una parte fundamental del espíritu del Blue Monday.

Lo que ha hecho emblemático al Blue Monday es que no solo es un evento; es un ritual, un espacio donde las energías se desatan, donde reina la irreverencia y donde todas esas emociones de las cuales huímos se convierten en resistencia; que la depresión, la nostalgia y nuestras frustraciones son también un impulso creativo. Durante todos estos años, los eventos organizados por Castillos en el aire y ahora adoptados por El circuito artístico del centro histórico INFRLEVE, han sido un refugio para quienes han estado ahí desde el principio, para quienes vuelven año tras año, y para quienes llegan por primera vez buscando algo que no sabían que necesitaban. En un día tan simbólicamente cargado, el Blue Monday nos recuerda que no estamos solos, que incluso en el caos hay belleza.

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