Hay artistas que desafían géneros. Otros los destruyen. Igorrr hace ambas cosas a la vez. El proyecto del francés Gautier Serre es una anomalía que no encaja en ninguna categoría, pero que, sin embargo, ha construido una identidad propia tan sólida como inclasificable. Una mezcla violenta y hermosa de barroco, breakcore, death metal, música clásica, electrónica glitch, trip hop, ópera, black metal y, a veces, incluso música balcánica o flamenco. En su mundo, las etiquetas no existen. Solo existe el impacto visceral.
Desde su irrupción en la escena underground europea a principios de los años 2010, Igorrr se ha convertido en uno de los fenómenos más singulares y respetados dentro del universo de la música extrema y experimental. Su propuesta —tan esquiva como contundente— es la prueba de que el caos también puede ser una forma de arte.
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El origen del monstruo: Gautier Serre
Gautier Serre, el cerebro detrás de Igorrr, proviene de una formación clásica. Estudió música barroca, clavecín y teoría musical, pero pronto comenzó a interesarse por los extremos: el metal más agresivo, la música electrónica desquiciada, los sonidos rotos del breakcore y la música industrial. De esa colisión de mundos nació su proyecto más personal y ambicioso: Igorrr, nombre que sugiere una criatura mutante, un híbrido imposible.
Desde su primer disco largo, Poisson Soluble (2006), pasando por los EPs Moisissure (2008) y el fundamental Nostril (2010), Serre ha mantenido una constante: destruir la linealidad. Sus canciones se sienten como si se cambiaran de canal compulsivamente en un televisor en llamas, pero con una intención precisa. A través de montajes rítmicos imposibles y una orquestación anárquica, Igorrr propone una experiencia emocional compleja: entre la euforia, el horror, la risa y el vértigo.
La brutal sinfonía: entre el metal y lo divino
El sonido de Igorrr encuentra un punto de inflexión con Hallelujah (2012), un álbum que consolidó su estilo como una fuerza coherente dentro del caos. Aquí ya aparecen los elementos clave que definirán su trayectoria: voces operáticas y guturales, guitarras aplastantes, estructuras impredecibles y una obsesión por los contrastes extremos. A través de esa estética, Serre no busca simplemente impresionar con técnica, sino provocar una respuesta física, espiritual, absurda.
Lo más interesante de Igorrr es que, a pesar de la aparente locura sonora, hay una estructura muy pensada detrás. No es música improvisada ni caprichosa. Cada pasaje responde a una lógica interna, casi matemática. El barroquismo no es solo estético, sino compositivo. Y ahí radica una parte esencial de su grandeza.
La llegada de la banda: Savage Sinusoid y el salto internacional
En 2017, con el lanzamiento de Savage Sinusoid a través del sello Metal Blade Records, Igorrr se convirtió oficialmente en una banda de directo, con formación estable: el vocalista gutural Laurent Lunoir, la soprano Laurie Ann Haus y el baterista Sylvain Bouvier, junto al propio Gautier Serre. Esto marcó un antes y un después.
Por primera vez, la locura del estudio se tradujo en una experiencia física y demoledora en vivo. Savage Sinusoid fue un manifiesto de identidad: no hay samples, no hay loops reciclados. Todo es grabado con instrumentos reales, incluso los más extraños, como el acordeón, el clavecín o el bouzouki. El resultado fue un álbum profundamente humano en su ejecución y radicalmente inhumano en su intensidad.
Temas como “Cheval”, “ieuD” o “Opus Brain” ofrecían un microcosmos de lo que Igorrr representa: el humor absurdo como válvula de escape ante lo grotesco, la disonancia convertida en belleza, y una dirección artística tan radical que bordea lo performático.
Spirituality and Distortion: lo sagrado y lo profano
En 2020, Igorrr alcanzó quizás su obra más ambiciosa hasta la fecha: Spirituality and Distortion. Aquí el proyecto encuentra su madurez estética. La producción es más detallada, las composiciones más elaboradas y los paisajes sonoros más amplios. El álbum oscila entre la furia del metal extremo (“Very Noise”, “Parpaing”) y la introspección neoclásica (“Downgrade Desert”, “Overweight Poesy”) con una fluidez que roza lo cinematográfico.
El disco incorpora influencias de Oriente Medio, India, Europa del Este y sonidos religiosos que expanden su paleta hasta lo épico. Es, en muchos sentidos, una exploración filosófica: ¿cómo suena la espiritualidad en un mundo descompuesto? ¿Qué lugar ocupa la belleza en medio de la distorsión?
Una banda del siglo XXI
Igorrr encarna una visión artística que solo puede existir en el siglo XXI. Su música no podría haberse hecho en otra época: vive en la saturación, en el exceso, en el hipertexto. Está hecha de memes culturales, de música académica, de violencia digital. Al mismo tiempo, es profundamente orgánica. Ahí reside su paradoja más fascinante: un Frankenstein moderno cosido con partes del pasado.
Además, ha demostrado que existe un público para lo que parecía imposible: miles de fans llenan salas en Europa, Latinoamérica y Estados Unidos para ver un show que mezcla grindcore con danza barroca. En el escenario, Igorrr no solo ejecuta su música: la vive, la actúa, la vomita con pasión.
Conclusión: el arte de no encajar
En una industria obsesionada con las etiquetas y los algoritmos, Igorrr se posiciona como una resistencia sonora. Su música es difícil, incómoda, inclasificable… y, sin embargo, profundamente necesaria. Porque nos recuerda que el arte no siempre debe ser digerible, que la música también puede ser confrontativa, extraña, incluso grotesca, sin dejar de ser sublime.
Gautier Serre ha creado algo más que una banda: ha levantado un templo sonoro a la contradicción. Y mientras otros buscan sonar como todos, él insiste en sonar como nadie.