Robert Johnson: el bluesman maldito del Misisipi

En el imaginario popular existen historias de artistas que hacen negocios sucios con el demonio para adquirir virtuosidad, fama y dinero, como respuesta a estos rituales, algunos creadores le rinden culto a este personaje sobrenatural a través de la lírica y algunos actos en vivo, los cuales atraviesan a toda clase de géneros musicales Sin duda Robert Johnson encaja con esta asociación, pues es recordado por su mediocre manera de tocar y su repentina transformación que lo lleva a ejecutar el mejor blues en los bares locales de Misisipi, por un supuesto pacto en donde vendió su alma a un ente que encarnaba al mal a cambio de desarrollar habilidades con la guitarra. En el documental Devil at the Crossroads diversas voces señala que es difícil construir la biografía del músico debido a que su vida data de una época en donde los censos no eran una práctica común, a pesar de esto, señalan que nació en el Misisipi en el año 1911, fue hijo de una mujer descendiente de esclavos, su padre lo abandonó a una corta edad y logró casarse con Virginia Travis, una mujer que murió cuando dio a luz a su primer hijo. Asimismo, aseguran que todo esto ocurrió en un momento en el que el racismo estaba institucionalizado por el sistema de segregación de Jim Crow, cuyo principal propósito era acentuar las desventajas económicas, educativas y sociales para las poblaciones afrodescendientes. Se sabe que después de aquellos eventos, Johnson tuvo una segunda esposa llamada Esther Lockwood y no regresó a trabajar a las plantaciones, pues tenía una fascinante conexión con la música, especialmente tocando la armónica y la guitarra, sin embargo, siempre se mantuvo bajo la sombra de Son House y Willie Brown; personajes que desconfiaban de su talento y usualmente se burlaban de su ineptitud para tocar. Incluso en la canción “Crossroad Blues”, se lee entre líneas como el músico desaparece por un tiempo y le pide ayuda a Dios, pero ante la negativa de este, se encuentra con un hombre que, a cambio de su alma, afina su guitarra en la encrucijada de las carreteras 61 y 49 ubicadas en Clarksdale, Estados Unidos. En realidad la canción refleja el sincretismo entre la religión vudú y cristiana que se dio debido a la migración de esclavos africanos a Estados Unidos, pues en el vudú se narran historias sobre espíritus que fungen como intermediarios entre los dioses y los hombres que están en los cruces de caminos; idea que más tarde se asoció con la figura demoníaca del cristianismo. Asimismo, retrata una creencia milenaria acerca de la “posesión” que, para la danza africana, representa un estado de trance que se genera por el desarrollo de ritmos por medio del tambor: estados que se expresan simbólicamente dentro del gospel, el soul, el blues y el rock, o al menos eso dice Debra Devi en su libro The Language of Blues from Alcorub to Zuzu. Para ir al grano, el verdadero maestro de Robert Johnson fue “Ike” Zimmerman, un músico que le dio clases en los cementerios a media noche para dominar la guitarra de seis cuerdas; lugares que alimentaron los rumores sobre el supuesto pacto. De hecho se piensa que Johnson vivió una larga temporada cerca de Zimmerman y que, de las 29 canciones grabadas que existen, “Walking Blues” y “Dust my Broom” son canciones de la autoría de este último. Aunque Johnson regresó a los bares del Delta, adquirió fama como intérprete y, por su manera de tocar la guitarra, su vida se tradujo a una sucesión de tragedias que, por su mismo contexto, podrían pensarse como maldiciones, las cuales combinó con el alcohol y su gusto empedernido por las mujeres; elementos que lo llevaron a su muerte a los 27 años de edad al ser envenenado por el dueño de un bar que sospechaba que le quitaría a su esposa. En sí lo encantador de su historia es la magia que rodea al mito, y quizá sea mejor recordarlo así; como aquel músico poseído por el mal, pero también por su inquietud creativa, la cual trazó un camino para el desarrollo del rock y dejó un importante legado para los músicos del presente.

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