Depósitio Sonoro

Ángel Armenta

Manual de carroña: Cuando la crónica raspa, una entrevista con Alejandro González Castillo

Secta Suicida Siglo 20 tiene una de las portadas más representativas del rock mexicano. Un cadáver con la cabeza colgando de un cuello rebanado, en una plancha de alguna morgue, la mirada del occiso se pierde a un costado, una mirada tan sórdida que sentimos el frío del cuarto. Da la impresión de que el cuerpo en la plancha sigue tibio por la adrenalina previamente liberada antes de recibir la herida que deja ver su garganta expuesta. Me parece que ese cadáver tibio es sobre el que se escribe este manual de carroña. La crónica de Alejandro González Castillo no se lee, se berrea entre las texturas rasposas del asfalto. Feroz, directa y maciza.   ¿Cuál es el motor del libro y sobre que cadáver descansa esta carroña? Es un libro cuyos motores son la música y el periodismo, su gasolina es todo lo que conlleva ser freelance en el mundillo del rocanrol. Cada una de las crónicas que integran el trabajo posee algún motivo musical que, en su momento, me ayudó ofreciéndome luz cuando anduve extraviado entre avenidas: de Banda Bostik a Paul McCartney, de Electric Shit a Michael Nyman. Sobre el cadáver al que te refieres, no sé. Quizá se trate del cuerpo, todavía tibio, del mismo rocanrol.      Roberto Bolaño escribió en el primer manifiesto infra: “Déjenlo todo, nuevamente láncense a los caminos”. Tus crónicas están en las calles ¿Qué te ha enseñado la calle que no pueda aprenderse en la Universidad? En mi caso, la Universidad fue un callejón más. Un callejón polvoriento y pleno de basura. Porque así es la FES Aragón, de donde salí titulado como periodista. Se trata de una escuela cercada por antros, ubicada en una de las colonias más peligrosas de la mancha urbana. No diría nada nuevo al aseverar que es en la Universidad donde los que tienen oficio de borracho alcanzan plena convicción de sus facultades, y más si hablamos de periodistas. Así que quizá me inclinaría por tal enseñanza. Por otro lado, la calle y la escuela finalmente son rutas por las que fluye el conocimiento. Si el alumno de la vida es lo suficientemente diestro, puede encontrar la forma de que ambos trayectos se complementen.   ¿Es verdad que un libro nunca se acaba, sino que se renuncia a él? Hacer un libro puede convertirse en un asunto tortuoso de verdad. Supongo que para cada autor debe ser distinto, pero en mi caso me enteré de que concretar una obra así significa un ejercicio de egocentrismo brutal. Terminé harto de mí, de haber pasado tantos días viéndome al espejo, analizando arrugas y granos. De entrada parece divertido sentarte a contar unas cuantas anécdotas de tu vida, pero conforme el proceso de edición avanza vas aprendiendo a detestarte a ti mismo. Entiendo tu pregunta; sí, tuve en algún momento que renunciar al libro porque de no ser por mi editor (JM Servín) me hubiera quedado haciéndole correcciones por no sé cuántos meses más. Cuando lo vi terminado, me dije: ya está, qué bueno que tengo esto en mis manos, pero no quiero leerlo nunca más. En ese rol, renuncié a él. Aunque cuando alguien me dice que está leyendo Manual de Carroña no puedo evitar preguntarle: ¿en qué parte vas? Y apenas tengo tiempo, busco esa página y leo de nuevo lo que escribí, pensando en qué estará pensando ese lector al respecto, elucubrando qué podrá estar sintiendo. De alguna forma no he podido desprenderme del todo.     ¿Qué discos y autores te acompañaron en este libro? Mientras escribía no leí ni escuché nada en especial. Me instalé en un modo de trabajo donde me levantaba y pensaba de qué quería escribir, tomaba la bicicleta y me iba a alguna biblioteca a teclear hasta la tarde. Después me montaba de nuevo en la rila y pedaleaba sin tener un camino fijo. Avanzaba hasta que alguna avenida grande me hacía volver atrás. El silencio al que me sometí fue planeado, necesitaba un respiro. Durante mucho tiempo escuché música todo el tiempo a todas horas y de pronto sentí que era sano abrir un paréntesis. El cambio fue radical, incluso por primera vez en años decidí no asistir a ninguno de los festivales que tienen lugar en la ciudad. Me purgué. Sobre las lecturas, antes de arrancar con la escritura de Manual de Carroña estuve leyendo algunas biografías. Pete Townshend, Brett Anderson, Paul McCartney, Bruce Sprinsgteen, Ron Wood, Moby.        Antes de la publicación de tu libro leí algo tuyo donde decías que escribir de música no te hacía periodista, entre otras cosas. ¿Qué querías decir? Que la labor del periodista musical es inmensa, que no debería abaratarse atendiendo a quienes creen que con escribir sobre los músicos que les gustan es suficiente. Publiqué un post en Facebook donde enumeraba lo que varios presumen hacer y que, consideran, basta para acreditarse como periodistas musicales. Justo esa gente es la  que abarata el oficio. Porque un periodista musical debería estar capacitado para reseñar un disco de Sunn O))), entrevistarse con Yuri y Andrea Bocelli, cubrir el Flow Fest y firmar un reportaje sobre la historia de la música chicana. Y todo haciéndolo con autoridad, seriedad y rigor, sin prejuicios ni arranques de por medio. En ese sentido, hay muy pocos periodistas musicales en México; sobran faranduleros y fantoches del teclado. Pura fachada. Para ellos escribí eso que mencionas. Son personas que más o menos hacen apuntes de la música que les gusta (y en ello hay un esnobismo infame); de eso a ser periodistas musicales hay mucho tramo.    De la San Felipe a la Lagunilla y viceversa ¿No crees que la literatura encontró su confort en los escritorios frente a la laptop? Pasa algo similar con el periodismo musical, precisamente. Sobra gente que escribe desde la comodidad de su hogar, que ni de gracia se para en un concierto para palpar lo que sucede. Vaya, prefieren hacer entrevistas vía telefónica con tal de no salir

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Radiografía de la autenticidad musical

Del “true” o fan verdadero al “posser” o posador. ¿De qué hablamos cuando hablamos sobre ser auténtico? ¿Qué hace auténtico a alguien o algo? ¿Existe la autenticidad musical? Me queda claro que los objetos pueden tener ese sello de distinción de autenticidad a través de una calcomanía, holograma o etiqueta, pero cómo saberlo en una persona, o mejor aún, cómo saberlo en algo intangible como lo es la música. Todas estas preguntas las planteo a partir de lo que es un true y su antítesis, el tan satanizado posser. El posser es aquel señalado por no ser auténtico, por copiar o no saber a profundidad sobre algún género o banda. También se le atañe de ser un fan de moda u ocasional, pero aquí lo que realmente importa, son los parámetros y criterios que condenan a estos personajes ante su falta o nula conciencia del tema, es decir, los trues.   La música además de ser un campo del saber, es también un factor que refuerza o en muchos casos crea la identidad de un individuo que a su vez conforma comunidades al rededor del mismo gusto musical. No sólo a través de la música, sino a través de signos, valores, lenguajes y códigos que pueden ir desde la vestimenta hasta formas de corporalizar la música, es decir, bailes como son el northern soul o la cumbia, bailada por comunidades como los chicanos o los cholos.   Todo esto nos lleva a una relación estrecha entre la música y nuestra identidad. Stuart Hall, importante pilar en la fundación de la escuela de Birmingham en estudios culturales, señala que la construcción de nuestra identidad se da a partir de la negación, es decir, de lo que no quiero ser. Este argumento puede darnos pistas de lo que pretende el true ante el posser. Sin embargo, hablar de la autenticidad ya sea en la música, en la literatura o en el cine, siempre viene precedida de un proceso histórico artístico y cultural. Por ejemplo, el neoclásico que quiso recuperar los cánones pictóricos y escultóricos frente el destello de algunas vanguardias. También el romanticismo tuvo cierto fulgor implícito de la autenticidad, sobre todo en obras literarios donde se buscaba exaltar valores como la libertad y la originalidad. Lo auténtico siempre estuvo ligado a grupos sub-alternos o de resistencia, desde los grupos de conciencia negra como los Black Panthers, pasando por grupos literarios como la generación beat; logrando crear una estética e ideología donde se resaltaban ideas como la libertad, la espiritualidad, la originalidad, el uso de drogas y el concepto del underground.     La exaltación de la pobreza fue otro de los valores que se arraigaron al concepto de autenticidad, y siempre tuvo como enemigo a los burgueses, la autoridad y los lujos. El cuadro de Laura Martínez Hernández de su libro “Música y Cultura Alternativa” lo pone en contexto:     De esta forma y bajo estos criterios se resaltaba la “buena” y la “mala” música, o el “buen rock” y el “mal rock”. Estas divisiones no tardaron en llegar a la distinción de la sociedad donde en actos radicales violentaron a otros grupos bajo la consigna de “no ser auténticos”, basta recordar los sucesos en el 2008 en CDMX, donde grupos de metaleros y punks agredieron a otro grupo de jóvenes llamados: emos. La autenticidad también se fue colocando como una lucha ante lo comercial y lo masivo, el hecho de que una banda pasara del underground a lo comercial, era muy mal visto por sus seguidores, pues sentían que su símbolo culto se convertía en un símbolo de consumo, perdiendo su valor original, algo parecido a lo que se refería Walter Benjamin referente a las industrias culturales y el aura del arte. La apropiación de la música o de bandas bajo esa distinción de ser underground y auténticas, se viene abajo cuando comenzamos a ver que se industrializa con playeras de la banda o firmas de autógrafos o cuando el vecino que creemos no ser digno ya los conoce. Sin embargo, la autenticidad también fijó un valor de percepción referente al mercado como etiqueta, pues a nadie le apetece comprar la copia del original, lo cual algunas bandas han capitalizado muy bien al sólo lanzar cierto número de copias limitadas, obligando a sus seguidores a hacerse de una copia original por el medio que sea. Así pues, la autenticidad más allá de un ideal artístico o de vanguardia, se fue transmutando, sirviendo como carne de cañón del mercado, de la distinción para refrendar cierta superioridad ante aquellos escuchas de lo “no autentico”. Hoy en día, me parece que la autenticidad además de ser un valor de percepción, es la construcción de la exclusividad, reproduciendo elitismos que no tienen que ver con la clase o la posición económica, pero sí se reviste de esnobismo creando canonjías de la autenticidad musical.

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En alma y Espíritu, los dibujos de Daniel Johnston

Si tuviéramos que definir la belleza, tal vez sería a través de la música de Daniel Johnston. Sonoramente, puede ser estrambótico y, en otros tantos momentos, la armonía se empodera en cada nota que emana de su piano o de su voz. Sin embargo, no era el único talento. De sus colores y lápices, Johnston reflejaba su alma en cada trazo. Ídolo de artistas como Kurt Cobain, quien vio en Johnston un genio; sin embargo, su halo de inocencia y hasta de infantilidad, no lo hacía más vulnerable más allá de lo que la sociedad quería relegarlo y esto lo llevo a crear sus propios medios de expresión. Daniel Johnston no sólo es un músico y dibujante, es la representación de los excluidos, de los raros y de los inadaptados. Su música representó la voz de miles de personas con problemas mentales, quienes quedaban excluidos de la sociedad, misma que los hacía a un lado, con tal de que no estorbaran en el progreso moderno. Su música y sus dibujos, no sólo representaron una vía de escape creativa; sino una forma de declararse ante el mundo. Con más de 15 discos, mismas que él ilustraba de manera peculiar con el sello de sus figuras humanas, pero con rasgos monstruosos o de tristeza, reflejaba mucho del interior del artista y sus tormentos.   En el documental que se hizo sobre él, The Devil and Daniel Johnston (2005), nos retratan el lado más intimo del artista, su familia y su eterno amor Laurie Allen, una chica a la que siempre idealizó como el amor de su vida y, aunque nunca fue correspondido, fue la musa de muchas de sus obras. Daniel, además de ser un gran músico, fue también un gran ilustrador. Con más de 100 obras que fueron publicadas en un copilado al cual titularon Daniel Johnston por Daniel Johnston, como una sugerencia a conocer al artista por medio de él mismo. Algunas de estas obras fueron exhibidas en la Bienal del Museo Whitney en 2006. Otro plus de las pinturas, es la recuperación de sus trazos de la juventud, algunos inclusos rescatados de sus cuadernillos más viejos y con diversas técnicas, como la acuarela. Dentro de los personajes que ilustraba, se encuentran los pintorescos Joe el boxeador, Hulk, Gasparín, Capitán América y la rana Jeremias, su alter ego que podemos apreciar en la portada de su disco Hi, How Are You de 1983. El libro fue editado por Sexto Piso con textos de Philippe Vergne, Harvey Pekar y Jad Fair. Y así mismo, como varios artistas rinden homenaje con covers de sus canciones, la obra de Daniel Johnston sigue siendo también proyectada por otros artistas, como Ricardo Cavolo que nos regala esta brillante ilustración:

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La música en modo nostalgia, o de cómo cancelamos el futuro

El futuro, aquello que excitaba las mentes en décadas pasadas, ha quedado reducido a unas cuentas obras de la ciencia ficción. La cultura pop ha encontrado un oasis de contenidos en el pasado. Se dice que la innovación es uno de los estímulos más seductores para la cultura contemporánea, sin embargo, lo innovador ha quedado lejos de imaginar algo más allá del presente y su pasado, vivimos en una constante cancelación del futuro. Series de TV, reencuentros, reediciones de discos y libros, películas en live action de clásicos animados de nuestra infancia. Es la tendencia, es lo de hoy. ¿Qué nos hace desbordar las emociones del recuerdo y la añoranza? El pasado y la idealización del mismo; dicha idealización dotan al pasado de momentos significativos, mismos que hacen importante nuestra constitución de la identidad y cómo nos experimentamos a nosotros mismos frente al mundo.   En el caso de la música, nos conduce de manera directa a nuestro pasado, y a la forma en la que nos experimentamos a nosotros mismos. Simon Frith lo dice de una mejor manera: “Lo estético describe la calidad de una experiencia (no la de un objeto); significa experimentarnos a nosotros mismos (no solo el mundo) de una manera diferente.” Por ello, cuando escuchamos a la banda favorita de nuestra preparatoria, revivimos la experiencia estética, más allá de lo que la banda o artista, pueda decir melódica o líricamente; sin embargo, es un pasado muerto, un lugar al que no tenemos acceso, por ningún medio más que el de la fantasía. La filósofa mexicana Julieta Lomelí en su reciente texto “Poética de la nostalgia” cita a la a escritora Svetlana Boym: “es un anhelo por un hogar que ya no existe o que nunca ha existido. La nostalgia es un sentimiento de pérdida y desplazamiento, pero también es un romance con la propia fantasía”.   Ése romance con la fantasía, ha sido muy bien canalizado por el consumo, que ha explotado la idealización de esa fantasías, porque sin idealización no hay romance. Vivimos en un éxtasis cada vez más compulsivo por el pasado. ¿Nos estamos esforzando de más por montar una vida lo más apegada al pasado? ¿Por qué una banda hoy en día querría más sonar a los Ramones que postular una imaginativa del futuro al estilo Kraftwerk? No encontramos muchas referencias al futurismo, sin embargo, si encontramos muchas versiones actuales de referencias a artistas del pasado. Es más común escuchar que una “nueva” banda hizo una versión de indie rock sobre el estilo de Chuck Berry.   Frederic Jameson lo explica mejor: No obstante, la palabra “versión” resulta anacrónica en el sentido de que nuestra conciencia de la pre existencia de otras versiones. El mismo Jameson habla del “modo nostálgico” el cual deja fuera a la nostalgia desde la óptica de la psicología. El modo nostálgico atañe más bien a las técnicas “un apego formal a las técnicas y formulas del pasado, una consecuencia del abandono del desafío modernista de crear formas culturales innovadoras adecuadas a la experiencia contemporánea”.   En el libro de “Los fantasmas de mi vida”, Mark Fisher postula como ejemplo de lo antes mencionado, el vídeo de los Arctic Monkeys con la canción de “I Bet You Look Good On The Dancefloor”. Genuinamente creí que era algún tipo de artefacto perdido de un momento cercano a 1980- comenta. Vídeos como esto donde las bandas no representan si no simulan estar en décadas pasadas y pertenecer a ellas, es cada vez más común. The Strokes con “Last Nite” o The Growlers con “Love Test” son 2 ejemplos cercanos al modo nostalgia. Fisher abrocha espléndidamente explicado esto: Las discrepancias en la textura –resultado de las técnicas de grabación y los estudios modernos – denotan que no pertenecen ni al presente ni al pasado, sino a una era implícita “sin tiempo”. La moda de la nostalgia y su consumo.   Sin duda, el pasado nunca estuvo más en tendencia que en nuestros días. Aún recuerdo las vueltas que di por las tiendas de tenis tratando de encontrar un modelo de Adidas. Quería los Gazelle, pero no la nueva versión del modelo, quería la pasada, los que usaba Jay Kay. ¿Mis argumentos? Lo clásico del modelo, los colores y el diseño. ¿Cómo es posible que un producto lanzado en 1960 sea el objeto del deseo por moda? En realidad, el objeto no es la moda ni la tendencia, sino lo retro. Lo que simula. Dentro de ello no sólo existe un sentimiento de originalidad, también de superioridad y distinción, esto afirma que el paso fue superior al presente negado el futuro, al punto en el que la vanguardia cultural nos parezca anticuada o muchas veces ridícula. Recuerdo el film de Noah Baumbach con: Ben Stiller, Naomi Watts, Amanda Seyfried y Adam Driver. La historia va de una pareja sumida en la cotidianidad de una vida sin sobresaltos pero en crisis; ella con la presión social de no tener hijos y él, atravesando un bloqueo creativo para su próximo documental, hasta que conocen a una pareja de jóvenes hipsters y enamorados del pasado. Dicha pareja de jóvenes retrata perfectamente el culto desmesurado hacia el pasado, dejando ver sus postulados en los diálogos, idealizando no sólo la forma en la que se vivía, sino los objetos y escenarios, creando un montaje que a toda costa busca escapar de su presente.   En la música no es muy diferente. La industria del disco marcó toda una forma de consumir música en los años 90, y aunque el CD sea casi obsoleto, el casete ha encontrado un segundo aire para las bandas emergentes que deciden sacar su música por medio de ese canal, o bien, bandas consolidadas que recurren a la nostalgia para recuperar sus inversiones. Hace unos días en Berlín, Sony confirmó el relanzamiento de uno de sus aparatos más entrañables: el Walkman TPS-L2. El Walkman tal como lo conocemos, en su momento fue una ruptura de la forma en la que se escuchaba y

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¿Por qué seguimos creyendo en el underground?

Frank Zappa era uno de los opositores más grandes del mainstream o mejor dicho, un perfecto elocuente de lo que es el underground. Hoy en día, la explotación de su imagen no sólo es masiva, si no bohemia, una carga de romanticismo, nostalgia e idealismo de la “buena música”. Por supuesto que esto no es culpa de Zappa, ni de su música, tampoco significa que fuera hipócrita o no estuviera convencido de sus ideas. Sin embargo, es complicado sobrevivir a los procesos que los nuevos canales y medios de comunicación hacen con los contenidos alternativos que satisfacen una demanda de información y sucesos alejados de los contenidos que ofrece el mainstream o como diría Marcuse: “aquello que le arrojas al capitalismo, este terminará vendiéndotelo”. El underground, un término acuñado en los años setenta y claramente identificados con movimientos contemporáneos como el movimiento punk/postpunk, el dadaísmo, la prensa libre y movimientos contraculturales y alternativos así como la ilegalidad. Toda esta ola ideológica y prácticas, algunas venidas de escuelas de arte y otras de occidente, no tardaron en posicionarse en la música. El nacimiento de subgéneros, escenas y nichos, así como pequeños sellos de disqueras y en la potente inercia del “hazlo tú mismo” dio paso a un sinfín de pequeñas agrupaciones que aborrecían las tendencias, que mientras más incomprensible, ilegal y lejos de los convencionalismos, mejor. Creando sus propios modos, formas, canales y plataformas, dieron satisfecha su necesidad de crear, y que de algún modo, no esperaban que nadie les dijera cómo hacerlo. Sin embargo, los cambios tecnológicos fue recortando los canales alternativos, y aunque hoy en día sigan existiendo, el concepto del underground ha mutado y los principios básicos sobre los que se sostenía han flaqueado. Hoy uno se puede auto nombrar underground con miles –en algunos casos millones- de fans y presentarse en festivales de exposición masiva, creado por marcas y transmitido en vivo por Facebook Live. El movimiento subterráneo ha ganado campo en los círculos esnobistas y alternativos y sostenido su estatus frente a los grupos vanguardistas. Ahora, para referirnos al under, también se debe hablar del mainstream, cuyo objetivo es -¿vender?- en primera instancia, pero no sólo ello, sino crear un sistema de producción hegemónico, como lo vemos en el reguetón, donde el circuito del género ha abarcado sus propios medios de comunicación, festivales, estéticas e incluso la participación con otros artistas de corte pop, creando canciones que mezclan los típicos beats del reguetón con ritmos introducidos y conocidos como el pop. Sin embargo, también existe el reguetón subterráneo; aquel que permanece lejos de las entregas de premios de cualquier disquera o canal de música, no obstante, sigue utilizando los mismos canales que el reguetón en tendencia, por así decirlo; YouTube, Facebook, Spotify. Entonces, qué determina al underground, ¿los medios o los discursos? En caso de que sea el primero, ya nos dimos cuenta que under polariza sus argumentos contra la masificación y el consumo, aunque utiliza los mismos medios que su polo apuesto, y en términos de argumentos, debemos reflexionar si esto es realmente relevante, pues no es necesario permanecer a las sombras para tener algo importante que decir, como lo ejemplifica sonoramente muy bien bandas como los Sleaford Mods o IDLES o La Polla Records, mismo caso con grupos de rap o hip hop, por dar algunos ejemplos globales. Por otro lado, preguntarnos quién legitima dichos discursos ¿la audiencia, los medios o el mercado? Pues no dejemos de lado, el curioso caso de las playeras puestas a la venta de Calle 13 respecto a los 43 normalistas desparecidos en el gobierno anterior de Enrique Peña Nieto, las tragedias también fueron, son y serán mercancía. Cierro con una frase del libro “Rebelarse vende: El negocio de la contracultura” refiriéndose a Nirvana como una banda que quería permanecer en el subterráneo: La gente quiere escuchar buena música: “Lo único que existe son las personas que hacen música y las personas que oyen música. Y cuando la música que se hace es buena, la gente quiere escucharla”.

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Música de mierda o de: ¿Cómo llegamos a odiar a Céline Dion? entrevista con el autor Carl Wilson

Carl Wilson es autor de uno de los libros más provocativos de los últimos años. Hablar de los gustos musicales, siempre trae consigo una ola de opiniones, entre lo que nos gusta, lo que no nos gusta y lo que odiamos. Para el autor y para un grosor de las audiencias, Céline Dion es una de las artistas más odiadas en el mundo y es en ella en quien basa su libro ¿Qué lleva a la canadiense a ganarse ese título? Bueno, a través de su texto “Música de mierda” Wilson nos sumerge por una serie de argumentos que van desde los históricos, hasta el rigor de un periodismo musical documentado. A lo largo de sus páginas, el libro nos encara a la construcción de nuestros gustos musicales, los esnobismos culturales y los gustos culposos. ¿Qué es tener mal o buen gusto musical? ¿Cuáles son los criterios para determinar eso? Y sobre todo ¿Por qué odiamos tal tipo de música? Aquí las impresiones del autor sobre Céline Dion, los snobs y la música de mierda.   1.- Sabemos que el título original de tu libro era “Hablemos del amor” pero la casa editorial catalana Blackie Books decidió traducirlo como “Música de Mierda” ¿Te gusta este título?   Nunca estoy muy seguro que pensar de eso, la gente de la casa editorial me dijo que es una frase muy común en España, y que la palabra mierda no es tan fuerte como en inglés. Me parece muy simpático, y decidí confiar en sus instintos cuando me lo sugirieron. Aunque me preocupa que pierda la ambigüedad del título original. Se llama “Hablemos del amor” porque es el título del álbum de Céline Dion y era el formato de la serie 33 ⅓ para usar el título del álbum como el nombre del libro. Sin embargo, me gusta temáticamente, ya que el gusto es un sistema de amores y antipatías, y para mí significa “Hablemos del gusto”. El título original y los títulos de los capítulos eran más simétricos. Tengo miedo de que el título en español haga enojar más a los fans de Céline Dion de lo que yo quería.   2.- Henry Raynor dice que “Estar lo bastante al tanto de cierto tipo de música como para detestarla, es estar influido por ella” ¿Estás influenciado por Céline Dion?   Ella ha tenido una gran influencia en muchos años de mi vida, al menos profesionalmente. De hecho siento un profundo afecto por Céline en este momento. Me he comprometido y vivido mucho con su presencia. Regresando a la pregunta, también es verdad que lo que no nos gusta nos influencia en muchas maneras: Afecta nuestra imagen cuando uno se define en contra de ciertas cosas. Puedes ver esto políticamente, y se extiende dentro de la cultura. Mucho del objetivo del libro es cuestionar esos reflejos, e imaginar una estética que no se define a ella misma contra las cosas. Mientras sigo perdonando lo que no me gusta por diversión, ya soy más cauteloso de ello ahora, especialmente cuando parece que me hacen ser mejor o más auténtico que los demás. Ese proceso es uno donde Céline me ha influido mucho, no solo como mi caso de estudio, sino en las cualidades que ella tiene. Su urgencia para calmar el conflicto o su deseo de universalidad.   3.- En el libro hablas acerca del principio de tu odio hacia Céline Dion, y tiene una relación directa con el artista de culto Elliot Smith. Cuentas como Smith defendió a Dion por ser amable y modesta. Si un músico como Elliot Smith lo dice, ¿hay una posibilidad de que nosotros estemos equivocados acerca de Dion?   Bueno, el ejemplo de Elliot Smith fue una forma de poner mis sentimientos en la historia más que hablar de él individualmente, lo que sí, es que me sorprendió como defendió a Céline. Al final, esa historia sugiere desde el principio que Smith tenía razón y yo estaba equivocado, y es de lo que trata el resto del libro; discutir porqué.   4.-Si pudieras entrevistar a Céline Dion ¿Cuál sería tu primera pregunta?   Lo que más me gustaría preguntarle es cómo maneja toda la negatividad y burla dirigida hacia ella, particularmente en los años 90, y qué pensó que lo provocaba. Intenté un par de veces hablar con ella, pero creo que su equipo la protege de cualquier cosa que sugiera algo negativo. (Precisamente por esas experiencias). También me gustaría preguntarle que caminos musicales seguiría si pudiera quitarse la presión comercial de su carrera.   5.- ¿Qué caso odiarías más: Tu vecino usando una playera de tu banda favorita sin saber nada de música, o tu vecino escuchando todo el día “Let’s talk about love” de Céline?   Asumiendo que puedo escuchar a través de las paredes, es terrible cada vez que un vecino escuche la misma música una y otra vez, no importa si es Céline o alguien que me guste. Ése sería el problema más grave. Creo que lo de la playera no me molestaría en lo absoluto. Ya no quiero ser el policía de los gustos de otras personas, ni siquiera de los míos. No es una buena forma de relacionarse con la estética.   6.- Si tuviéramos que cocinar al perfecto snob de la música ¿Cuáles serían los tres ingredientes principales que escogerías?   El perfecto snob de la música sería como un monstruo, un psicópata de la estética. Mis tres ingredientes serían: falta de empatía, una obsesión por ser cool y una buena memoria para trivias obscuras.   7.- Dicen que los millenials escuchan de todo, desde Kendrick Lamar a Westlife. ¿Todavía hay espacio para el odio hacia la música?   La gente definitivamente sigue odiando canciones, ya sea por sobre exposición, razones ideológicas u otras asociaciones, pero creo que hay menos de eso actualmente de lo que solía haber antes. Estamos en un estado poco inusual de apertura, lo cual me hace feliz. Por otro lado, creo que generalmente la música no significa tanto para la

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Cura y expone: La música en tiempos de las playlist

“Las plataformas de streaming como Spotify o Deezer, además de tener sus playlist curados según tus gustos, sus algoritmos y en muchos otros casos, estados de ánimo, ya están dados por default, sin embargo también dan la posibilidad a uno mismo de convertirse un curador.” Escribo esto sin nostalgia alguna, o cualquier duelo no resuelto con el pasado, tampoco me aferraré al romanticismo de la música en tiempos del CD, vinilos o cassetes, es decir a la música “física”, aunque cabe aclarar que la música siempre ha sido y será intangible, lo que cambia de material a digital son los medios y canales por los cuales consumimos música, y ahora, en la era digital pasamos a polos de argumentos, que si el MP3 echó a perder la calidad musical o si ya no escuchamos discos completos, dejando de lado las experiencias de las tapas y los conceptos de los discos, sin embargo, cada época y auge cultural estaba dictado por la tecnología y sus limitantes, tal como hoy.Si bien, el MP3 trajo consigo una cultura de “descarga y comparte” diría Simon Reynolds, el playlist trajo consigo el “cura y expone”. Las plataformas de streaming como Spotify o Deezer, además de tener sus playlist curados según tus gustos, sus algoritmos y en muchos otros casos, estados de ánimo, ya están dados por default, sin embargo también dan la posibilidad a uno mismo de convertirse un curador. Si bien el MP3 ya poseía algunas características de consumo masivo, como el hecho de que estaba pensado para un escucha ocupado, es decir, no concentrado en la música, sino concentrado en otras actividades de trabajo, estudio o socialización o bien, rodeado de ruido, el playlist viene a complementar a ese escucha, que más que ocupado, le quita la responsabilidad de lo que pretende escuchar, ya no tienes que hacerte cargo de seleccionar tu música. El término de curar o curatorial, viene desde las galerías de arte y diseño, sin embargo, es posible que los nexos entre estas galerías y la música experimental, haya dado paso a los curadores musicales, tomando la cima de su trabajo en las listas de canciones y los festivales de todo tipo. El término ha tomado tanta fuerza, que muchas veces el curador/a llega a tener un peso mucho más grande que los artistas expuestos, un sello de prestigio como se le conoce en el mundo de la literatura.   Sí bien es cierto, que los playlist curados, ya existían en una faceta más “primitiva” como lo fueron las compilaciones, estas de algún modo conducían por una línea narrativa. Compilaciones de bandas de una misma región, de un mismo género. Compilaciones temporales, compilaciones de un mismo sello disquero, etcétera.  Sin embargo, con la era digital esto se desbordó. Las fronteras de los géneros, la perspectiva temporal y espacial desparecieron, la narrativa musical fue sustituida por los conceptos curatoriales de sus autores. Aquí tal vez, el trabajo curatorial evita que escuchemos collage(o spam) sonoros a diferencia de un playlist, que como en un museo, posee un guion museográfico que nos indica cómo contemplar y llegar a la experiencia estética auditiva. Tal vez. También es cierto que nosotros mismos (o los mayores de 30 años) gustábamos de crear nuestros propios CD´s curados por nosotros mismos, al mero estilo del protagonista de la película High fidelity: ”Usamos el arte de los demás para decir cosas que no nos atreveríamos” dice John Cusack en la cinta. Discos que podríamos traer con nosotros en los primeros Walkman o en el estero del coche. Deezer, mi plataforma preferida para escuchar música, contiene una serie de playlist curados por expertos, basados en los algoritmos de tu consumo, además de ofrecerte un amplio abanico de temas curados según diversos contextos. Inspirados en es la forma en la que presentan estas listas. Digamos que por días has estado escuchando rap español, Deezer genera una lista de tracks de acuerdo a lo recientemente escuchado. Las listas pueden llegar a los 40 tracks. Detrás de estas listas, desconozco si quien lo genera, es un grupo de personas amantes de la música haciendo su trabajo, o algún ordenador que selecciona por medio de algoritmos tus gustos. Cualquiera de las dos, da a la reflexión. ¿Dejamos en manos de los programadores o algoritmos nuestra relación/contemplación de la música? No es precisamente algo malo, la opción del shuffle ya lo hacía a principios del siglo con los Ipod. Las revoluciones culturales provienen de las nuevas tecnologías. Las playlist han traído consigo, como lo mencioné más arriba, nuevas formas de consumir y contemplar la música, la erosión de fronteras sumamente marcadas en el pasado, como el género, las escenas o los nichos teniendo mayor contorno. Las playlist actuales, abren portales de convivencia a géneros que se pueden yuxtaponer en sentidos ideológicos, estéticos y hasta políticos, haciendo una atomización de la construcción de las identidades a través de la música. Por otro lado sin llegar al esnobismo, causa cierto recelo encontrar a tu banda favorita en una misma lista con artistas despreciados por tus distinciones de gusto. En los festivales ha ocurrido lo mismo. La incursión de artistas y grupos de música norteña, banda, cumbia o reguetón en festivales que nacieron con un perfil de rock son cada vez más comunes y también mayormente aceptados, aunque siempre haya un grupo bastante nutrido que se niega a darlo por sentado. Lo alternativo ha creado un círculo donde todo cabe. Sin embargo, el aglomerado de géneros y por lo tanto de identidades se llaga atomizar tanto que parecen disolverse entre la diversidad. Una masa uniforme. Pareciera un síntoma de la posmodernidad, donde los cultos se dividen y convergen entre sí sin conflicto alguno, algo así como una persona haciendo yoga, cristiana y al mismo tiempo creyente del tarot. Las fronteras desaparecen y los discursos pasan a un plano de obsolescencia. Todo es válido. Somos los nuevos coleccionistas de lo intangible, de piezas sueltas. Conocemos y nos hacemos fans de nuevos (o viejos artistas) por medio de sus

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La música en tiempos del Yo: descarga y comparte

“Si bien algunas personas pueden no estar conmigo ahora, los discos que escuchamos juntos, están todos aquí en mi pequeña caja blanca de recuerdos, todos amorosamente copilados y curados, esperando el momento en que podría volver a necesitarlos.” –Dylan Jones. IPod, Therefore I Am David Byrne cuenta cómo la música al ser grabada, comenzó a tocarse para las grandes salas, clubs y radios. Incluso como el hip hop está pensado para las bocinas en las cajuelas de los autos, y así, los graves y agudos se acoplen a la acústica las partes traseras de los autos. Incluso nos dice la forma en la que las aves han cambiado sus sonidos y cantos de acuerdo a que los cambios que sufren sus entornos y contextos. Un ave de San Francisco, no canta igual a un ave del bosque y a su vez, esta tampoco lo hace que un ave de mar. Todo lo sonoro cambia de acuerdo a su contexto. Después Brian Eno, comentaba el origen de la música ambient, cuando el famoso pianista francés Eric Satie, componía Gimnopedias para que apenas se notara y se integraran a los ruidos de los cubiertos, platos, vasos, voces y demás ambientes sonoros del restaurante donde tocaba los viernes por la noche. Esto me hace pensar que en algún momento, la música se integraba a los demás sonidos del mundo, ya sea en el metro, un camión, por la avenida más transitada o un parque. No estoy seguro que la música siga siendo parte de ese ambiente. El mundo gira y las formas de consumo también. La música sufrió cambios significativos a finales del siglo XX y en la primera década del mismo. En la era digital en la que vivimos, es importante señalar la desmaterialización de la música.  El MP3, YouTube, Itunes, el Ipod y ahora el streming con plataformas como Spotify o Deezer. Tal vez, comenzó con el CD player, que ya brindaba la oportunidad de cambiar de una canción a otra, de adelantar la pista, de pausar o repetir una pieza, cosa que con el casete sucedía, pero era tardado y tedioso, y con el vinilo, era prácticamente imposible. Todas las plataformas de consumo de música que mencioné anteriormente, son una maravilla en muchos casos, pero sin duda, trajo consigo nuevas formas de ver el mundo y entenderlo,  también, por supuesto, de contemplar la música. El Ipod, el MP3 o el streaming brindan las posibilidades de llevar tu colección de música en un pequeño rectángulo, una radio que programa perfectamente lo que quieres escuchar, de acuerdo al contexto, a tu estado de ánimo, en el lugar y tiempo que lo desees. Incluso ya existen playlist prediseñadas a tu estado de ánimo y actividad, como si fuera una radio personalizada.   La radio ofrece un sentido de sorpresa, a diferencia de los cientos y/o miles de canciones descargadas. La cultura de la descarga ha dado en vuelco en las formas de consumo ¿Acaso nos acercamos al perfil de un archivista compulsivo capaz de descargar, seleccionar y ordenar de forma casi neurótica la información que se brinda en la red, a la de un escucha amante de la música? Los accesos son inmediatos, y las herramientas para ordenar ésta información nos hacen todo más fácil, con un click nuestros discos o pistas están perfectamente ordenados por alfabeto, o por cuestione más snob que uno puede elegir. Comencé citando a Eno y su comentario sobre Satie, porque hoy en día, me parece que la música no se integra a los demás sonidos del mundo, al contrario, se aíslan y nos aíslan ¿Hay algo más antisocial que los audífonos en volumen alto para caminar por la ciudad? Al final “I”pod y “I”tunes es una señal clara de que el yo manda, mi música cuándo yo lo decido y dónde yo lo decido. Hace una semana me quedé sin internet por algunos días, y a pesar de contar con varios días de música en el Itunes, una pila de alrededor 100 Cd´s y otra de 300 casetes, sumando las 230 canciones que carga mi celular que reproduce MP3, me sentía incompleto en el sentido musical, me di cuenta que el Deeze lo es casi todo para mí en términos musicales, a través del Deezer descubro y reincorporo lo que necesite escuchar en ese momento. Puedo encontrar las lo que necesite: diferentes versiones de alguna canción o banda, covers, versiones en vivo o ediciones singulares, y por si fuese poco, todo se puede descargar, lo puedo llevar y curar a mi antojo y reproducir en mi computadora a la hora de trabajar, en la ducha o en el metro, siempre mi música y yo. Tal vez la era del MP3, el Ipod y la cultura de “descarga y comparte”  han sido la de cambios más radicales para la música y su forma de consumo, hoy en día el deseo es reducido a unos cuantos segundos en lo que carga nuestra plataforma preferida para escuchar música ¿Será que estamos en un proceso de extinción de la contemplación de la música al tenerla tan a la mano? Perdidos en la música, intentando escuchar todo lo posible, intentando absorber los accesos y los ritmos. A veces basta poner todo en “aleatorio” y listo, no tendremos que decidir qué escuchar, delegamos la responsabilidad a un rectángulo digital, dueño de nuestras más íntimas colecciones, que como dice Jordi Soler: a veces tengo la tentación de pensar que el aparato, esa hermosa maravilla tecnológica a la que van todos enchufados, importa más que la música que reproduce.  

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