Este texto dista mucho de ser una verdad absoluta, mucho menos de caer en adoctrinamientos dogmáticos, sino, un punto de visto crítico y personal. El periodismo musical como lo conocemos, se ha vuelto una etiqueta que se ha prostituido de vez en vez, se ha prestado entre publicaciones y se ha amoldado ante la visión de algunos cuantos que dominan las editoriales. De círculos donde se cortan ciertas músicas por llevarnos de la mano a la novedad banal y poco trascendente. Pero, ¿quién nos enseña a escribir sobre música? podría ser un instinto, una necesidad oculta de comunicar que nos hace sentir una pieza, un artista o incluso un álbum entero. No podríamos remontar a publicaciones como Melody Maker en sus inicios, la misma Spin o la ya en decadencia Rolling Stone, donde se presentaba reportajes, opiniones sustentadas y existía una pasión sin parangón por la obra de los músicos. Cosa que hoy en día no lo es, la realidad en México, nos ha mostrado que, muchas veces nos remitimos ante la novedad pasajera, y dejando de lado a las propuestas nuevas que poseen un discurso sólido. Podría tratarse de eso, de cómo la música transforma la forma en que vivimos, en cómo nos vestimos, en cómo nos relacionamos con los otros, y en cómo nuestra vida en muchas ocasiones se ve circundada por la música y sus escenas. Un disco puede muchas veces cambiar la forma en que pensamos de nuestra realidad, sus letras, melodías y armonías pueden, en algunas ocasiones, transformar nuestro entorno. Llevarnos por sensaciones que se adormecen en el interior de nuestro cuerpo, en algún lugar que no sabemos en dónde se encuentra pero sabemos que existe. En México el periodismo musical, muchas veces se ha maquilado, se ha sentado en un sitio preferente ante los demás que, de verdad viven la música, ante aquellos – que existen muchos- saben en qué año, en qué sello, y quién produjo un disco, y lo pueden decir sin temor a equivocarse. Estos último no son periodistas musicales, son aquellos que escriben sobre música y que de verdad viven cada día por la música. Y no me refiero al capital cultural como tal, sino a un nivel de “nerdismo” del que muchos acomodados en el periodismo musical carecen. Y no todos los casos están abrazados en estos caracteres de la cultura pop, existen amantes de la música en publicaciones renombradas, y que hacen un trabajo de verdad honesto, que trabajan por poco y que de manera autodidacta han hecho una labor entregada y sincera. Siendo estos de gran apoyo a las pequeñas escenas, dando visibilidad a proyectos, yendo a los shows, y con solemnidad adentrándose al subsuelo sin pretensiones y sin ninguna bandera, y que se vuelven parte esencial de las escenas pequeñas que existen alrededor del mundo, lejos de ser “el enemigo”. Aquellos que registran los aconteceres de la escena, quienes están sembrados en el subsuelo y son testigos de la comunidad que se crea a espaldas de la industria y sus secuaces. De aquellos que, recolectan con periodicidad los eventos, los discos, las noticias y las palabras de cada uno de los actores que conforman esa “guerrilla” que circunda el subterraneo. Todos ellos quienes trabajan por poco y entregan todo, quienes se desviven por la pasión y no por el ego. Yo no podría subscribirme en el primer caso, a pesar de escribir sobre música, y parecer que hago algo parecido al periodismo. Prefiero estar en el subterráneo, rodeado de aquellos que, al igual que yo, no precisan de talleres de cómo escribir sobre música, ni otros adoctrinamientos externos. De los que, han pasado años en la sombra leyendo y leyendo revistas y libros sobre la misma. De esos a los que, su trabajo sobre la música posee un discurso ideológico y en veces hasta político. De esos que de verdad aman la música. Esta es, solo una declaración de principios de alguien que vive la música.