Existen antros que marcan la vida nocturna de una ciudad. En la de México existió un pequeño bar entre los 80 y los 90 donde se armaba el aquelarre los fines de semana: el Tutti Frutti. Hoy los documentalistas Laura “Loretta” Ponte y Alex Albert buscan producir un documental con Danny Yerna y Brisa Vázquez, los artífices del también llamado “templo del underground”. En ese tembloroso año de 1985, cuando la ciudad bailó, quienes la atravesábamos hasta el extremo norte para llegar al Tutti en realidad formábamos lo que hoy se llama una “comunidad musical”. Porque los asistentes al Tutti Frutti íbamos esencialmente a escuchar y a bailar la música que sólo sonaba entre las tornamesas de Danny y su colección de vinilos. Esa colección traída desde Bélgica y engrosada con los años ya era considerada patrimonio del under: garage, punk, new wave, psycho, glam, hardcore, cold wave, straight edge, dark, techno, cyber, rockabilly, gothic, grunge, noise… Por supuesto, caía pura fauna fina de las faldas urbanas, era un enclave de tribus subterráneas, la gente que vivía bajo el asfalto y que se enteraba del Tutti por un pitazo, por uno de sus míticos flyers, o porque algún amigo lo había iniciado. No cualquiera llegaba a la bodega del restaurante Apache 14 en Avenida Politécnico Nacional, un antro sin nombre exterior porque nunca hubo un letrero que indicara su existencia o ubicación. Llegabas por instrumentos, entrabas por la puerta de atrás y subías unas escaleras: de pronto la música te pateaba hacia un rincón psicodélico con una barra ilegal, una pista-escenario diminuta, la cabina de sonido y la cabina de tatuajes donde el Piraña tatuaba ocasionalmente. Esa barra era atendida por Brisa, que despachaba las Victorias y las bebidas con mano dura, golpeadora, la mano que hoy tunde la batería de Los Esquizitos. El nivel del encerrón era un reto y le quitaba lo fresa a cualquiera, a veces la atmósfera se ponía tan densa que se respiraba a mordidas. Iluminado por el estrobo del gran ojo en el techo, el Tutti le abrió sus entrañas lo mismo a los punks hardcore de Massacre 68 y Atoxxxico, que a Caifanes, Santa Sabina, Café Tacuba, La Lupita y Café de Nadie (que introdujeron la corriente estridentista), cuando arrancaron sus carreras en ese epicentro. Fueron cientos de grupos nacionales los que pasaron por ahí y otros del más allá como los Monomen de Seattle, los Bayou Pigs de Texas y los Ultra 5 de Nueva York, quienes grabaron el disco Live in Mexico City, un vinilo de colección. Música extraña y contracultura, gente fuera de lo común, grupos extremos, sustancias legales e ilegales, bebidas golpeadoras, tatuajes a la medianoche, sexo en los baños y peleas relámpago. Cuando las cosas se ponían rudas el Danny tenía que poner orden y empezaba a sonar el reggae que surtía su efecto pacificador. Las sesiones musicales del Tutti eran esa experiencia nocturna que dejó una marca. Pero terminó sus noches en 1992 y se convirtió en una entidad musical nómada. En esa época existieron otros antros como el Bar 9, Rockotitlán, el L.U.C.C. y Rockstock, que también tienen sus historias y merecen ser contadas. La del 9, por ejemplo, se cuenta en el libro Tengo que morir todas las noches de Guillermo Osorno. El Tutti no era el mejor de los antros, sino el único en su tipo, era el templo del underground. Treinta y dos años después de su inicio la ciudad se volvió a sacudir con otro slam el 19 de septiembre de 2017, pero en esta ocasión no había Tutti para salir de las ruinas y encaminarse a bailar con otros muertos vivientes. En vez de eso, Laura Ponte se conectó con Danny Tutti, abrieron la página de Facebook Tutti Frutti: el documental y la cosa empezó a cobrar vida. En la página se convocó a todas aquellas personas que hayan pisado su pista a subir sus recuerdos, fotografías, los flyers que se diseñaban a mano cada semana, recortes de prensa, fanzines, anécdotas y toda la música que sonaba en esas noches. Laura Ponte, tres veces Premio Nacional de Periodismo, ha producido los documentales “Pronóstico Reservado”, “A poco estás tan buena” y “Mujeres de Arena”, y fue co-productora de “Son duros los días sin nada”, “Otra forma de ser mujer” y “El mejor momento”. Integró un equipo de producción con Alex Albert, cineasta y documentalista que dirigió “La revuelta de las batas blancas”, “Construyendo sobre el aire”, “Pronóstico Reservado” y “Me llamaban King Tiger”. Les acompaña una tripulación de 11 destacados y destacadas personalidades del cine documental, como el productor Felipe Haro, el fotógrafo Nacho Prieto, el músico Gerry Rosado y la productora musical Lynn Fainchtein. Arrancaron los trabajos con una serie de entrevistas a Danny y Brisa. La página hoy tiene casi 2,000 miembros, algunos viven en otros estados y países, y se convirtió en un punto de encuentro que culminó con el primer gran reventón en El Imperial. Se recaudaron fondos, se filmó la fiesta con el grupo The Dragulas y Danny poniendo la música. La fiesta se llenó. Y los asiduos al Tutti nos reencontramos. Entonces descubrimos que todo lo que hicimos en los 80 y los 90 por escuchar esta música tuvo un sentido más amplio. El 14 de abril se realizó el segundo reventón en otro lugar con gran personalidad y lleno completo, El Bizarro Café. En esta ocasión no tocó grupo, pero en las tornamesas alternaron Danny y Ernesto Fuzz On, otro personaje y productor del underground nacional que merece un texto aparte. Fue un reencontronazo antológico. Ahora se trabaja en el fondeo de un documental que retratará lo que fue el Tutti Frutti. El propósito del documental es rescatar una parte de la historia de la cultura mexicana que quedó olvidada. No existen documentos por varios factores: en 1985 todavía quedaba la estela de la prohibición decretada por el presidente Echeverría contra el rock y en general cualquier manifestación cultural que aglutinara a la juventud,