Depósitio Sonoro

Nostalgia

Columna Estoy escuchando: Curtido, de Carneviva

Por Abraham Garcí[email protected] Lanzado en 1993, el tercer álbum de esta agrupación argentina, surgida en la provincia de Santa Fe, supuso el punto más álgido en su carrera, aunque nunca alcanzaron la notoriedad nacional o internacional de muchos de sus contemporáneos que se desenvolvieron en Buenos Aires. El éxito puede ser algo ambiguo. Se puede ver reflejado en la repercusión y la fama, bonanza en los bolsillos, también en premios y reconocimientos. En estos tiempos de “metaverso” digital, que con brutalidad se polariza la opinión pública entre el blanco y el negro desde miles y millones de likes y followers, capaces de encumbrar una idea o vertiente como si fuese la panacea, o en contraparte, cancelarla y condenarla al ostracismo, parecería muy simple definir lo que es el éxito y lo que no lo es, pero, así como la vida, dudo que sea tan fácil de explicar; me parece que hay más matices y maneras menos tajantes. En la música, por ejemplo, a lo largo del tiempo, han existido y existen innumerables proyectos que ni siquiera han sido ni serán malentendidos en su época para ser revalorados en otras, porque no podrán aparecer de un día para otro en las plataformas de música para que la gente les escuche y les conozca. Porque también influye el contexto social, geográfico y económico para que un proyecto pueda proliferar. Al vivir en Colima pude notar eso, proyectos originales que trabajan muy en serio su música y sobre las tablas se ganan una buena reputación, convocatoria, respeto y validación a escala regional, pero no logran posicionarse en dar el siguiente paso para poder avanzar y romperla en grande, tan solo porque no hay tanta intensidad, oportunidades ni herramientas como podría haberlas en una ciudad más grande. Así ha ocurrido en muchas escenas musicales descentralizadas de las capitales, sin una estructura económica pujante, aunque, claro, desde finales de la primera década del 2000, con el declive de las disqueras corporativas, el incipiente metaverso digital, hablo de los tiempos de My Space, ayudó un montón para que proyectos musicales de la periferia tendieran sus redes de trabajo de manera remota y buscaran desde su trinchera en medio de la nada el mentado éxito en formas alternas. De no haber tenido la experiencia de un semestre como estudiante en Paraná, seguro nunca habría conocido a Carneviva. Estar ahí en ese momento supuso un descubrir y tratar de absorber lo más posible, entre ello la música argentina y algo de América del Sur: Los Redondos y El Indio Solari, Sumo, Divididos, Las Pelotas, Spinetta y todas sus bandas, Viejas Locas, Intoxicados, Almafuerte, Mercedes Sosa, Astor Piazzolla, Alfredo Belusi, Les Luthiers, La Mona Jimenez, la murga, el cuarteto, la cumbia villera, la candombe y la samba, todas las expresiones que supusieran algo nuevo, o que por X y Y, no les llegué a dar bola en su momento por estar en otra cosa, era abrirse y aprovechar todo al máximo entre tragos de mate durante el día y fernet con coca o un tintillo por las noches. “Carneviva es una banda muy zarpada”, me llegó a decir mi camarada Gabi en esa época entrerriana. “Me gustan mucho porque son muy de acá”, lo decía dejando un poco de lado la argentinidad, con gran énfasis en lo regional, como si se tratase de ese túnel subfluvial que conecta de manera geográfica Paraná con Santa Fe y cantidad de pequeñas ciudades y pueblos en cada extremo. Siempre tendré el arrepentimiento de no haber podido asistir a ese concierto acústico que Carneviva dio en el Teatro Municipal 3 de febrero en alguno de los meses finales del verano austral de 2009 en Paraná. Pienso que hoy sería un buen recuerdo y algo así como una medallita más a la frívola colección de conciertos y tocadas, sólo porque el grupo liderado por el cantante Gustavo Angelini tiene una calidad cuasi teatral en directo y es un referente para público y músicos santafesinos y entrerrianos, ya que en el circuito de los grupos de rock es de uno de los que llegó más lejos y en sus mejores épocas se llegaron a codear con figuras connacionales sobre algún escenario. De un tiempo para acá su presencia se ha vuelto intermitente, con reuniones esporádicas debido a que el núcleo central de la banda, su cantante y el baterista Lucio Venturini, en la actualidad exploran y crea música por su cuenta con otros proyectos, y sólo conservan Carneviva por la demanda popular de sus coterráneos. Decía que no sabría de la existencia del grupo si no es porque fui a su terruño y hoy quiero hablar de su álbum Curtido para compartir y no dejarlo en mi propio olvido. No es un álbum tremendamente innovador en lo musical, ya que suena muy de su época en la vena del rock alternativo, sin embargo escucharlo me remonta a una época muy singular. Tal vez la mayor particularidad que tenga es que contiene la histriónica y expresiva voz de Angelini, capaz de envolver y engatusar al escucha con la poética de sus letras. En líneas generales, Curtido es un álbum muy bueno para escuchar en la primera mitad de tus veintes o para recordar tus veintes, ese tiempo culmen de la juventud donde ninguna presión es demasiado grande para no pasarla bien y existe esa hambre, animosidad y energía para descubrir, desarrollar y explotar con vehemencia vetas desconocidas de tu propia individualidad. “Carneviva es vivir el calor agobiante santafesino en verano y matarlo con cerveza en porrón con las amistades, navegar los ríos en un bote precario al ritmo del viento y sus letras, gritar los goles de Colón (el actual y por primera vez campeón en la primera división del fútbol de Argentina) en la noche con su hinchada) en un trance místico por el vino cepa rosa cuveé”, me dice el cumpa Agustín Alberini cuando le pido información porque lo que tengo me parece insuficiente. “Cuando íbamos por la calle principal había una música

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Mira Cassette: A Documentary Mixtape, emotivo documental sobre la historia de este formato

Este año falleció el inventor del casete Lou Ottens. Por eso recordamos este emocional documental que indaga en el pasado del tape para descubrir por qué este formato sigue vigente. Veteranos del punk y del rock como Henry Rollins, Thurston Moore e Ian MacKaye, se unen a bandas jóvenes que lanzan música en casete para impulsar a Lou en su viaje para recordar. Y mira el documental en este enlace: https://threespeakvideo.b-cdn.net/rpehiyxq/kZvRXPZfOTZuvDUzufbNegIDHwDaUsRiacjZCGGxBLtpOzNqCgLZIoGUNrwKVmsO.mp4?fbclid=IwAR2eKtnsf9MB9IpggWDs4gzbsh_V50Ce5BYEtmy-HKjb1a66FdJAbhh2wKM Se dice que la nostalgia es algo doloroso y placentero a la vez. Por eso este documental viaja por un laberinto de nostalgia, pero lo instala en nuestros días. En un formato que en los últimos años ha sido retomado por las nuevas generaciones de bandas y músicos. Así que “a través de testimonios de leyendas musicales y de fans, nos invita a volver a abrazar el cassete, al tiempo que nos descubre a Lou Ottens, el ingeniero que sorprendentemente, fue responsable de la invención tanto del casete como del CD”. Así, el director Zack Taylor explora en su nueva película, Cassette: A Documentary Mixtape. Taylor entrevista a Lou Ottens, el ingeniero holandés que, mientras trabajaba en Philips, ayudó a desarrollar el casete, formto que con aceptable popularidad actualmente. La película también incluye reminiscencias de Henry Rollins (visto revisando sus estantes y estantes de cintas guardadas), Ian MacKaye, Thurston Moore, Daniel Johnston, Mike Watt, Damien Jurado, Rob Sheffield, miembros de la comunidad hip-hop y otros, quienes recuerdan no solo sus casetes favoritos y cómo hacer mixtapes era un pasatiempo y una labor de amor. En memoria de Lou Ottens (Bellingwolde, 21 de junio de 1926 – Duizel, 6 de marzo de 2021) fue un ingeniero neerlandés que trabajó toda su vida profesional en la empresa Philips. Es reconocido por ser el inventor de la cinta de casete. Fuente: DOCUMENTALES DE PUNK, METAL Y ROCK (GRUPO FB). ————————————————————————— POR CIERTO, EN NUESTRA TIENDA EN LÍNEA TENEMOS WALKMAN, PARA QUIENES QUIERAN REVIVIR O CONOCER LA ESCUCHA EN ESTE FORMATO. PUEDES COMPRAR EN LÍNEA O MANDA WHATSAPP AL 5539716437. ENTREGAS A TODO MÉXICO. DA CLIC AL LINK DE AQUÍ ABAJO: https://depositosonoro.com/store/

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Columna Estoy Escuchando: Berlin, de Lou Reed

Por Abraham Garcí[email protected] Defenestrado por la crítica musical de su tiempo, el tercer álbum del cantautor apodado “El Rey de Nueva York” trasciende su formato auditivo y se expande a formas de expresión literaria, teatral y hasta cinematográfica con solo reproducirlo. En el siglo pasado, los años 70 fueron la década de moda para los álbumes conceptuales. Lo que comenzó en un vago y hasta cierto punto infantil intento que no termina por cuajar, por hilar la secuencia narrativa de un grupo ficticio dando un concierto en Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band por parte de The Beatles en 1968; y culminó en 1979 con el grandilocuente, mastodóntico y biográfico hasta la obsesión, The Wall, con Roger Waters como dictador en Pink Floyd; Lou Reed estableció los Qué’s y Cómo’s para crear álbumes conceptuales en 1973, capaces de contar perfectas historias con el estilo narrativo crudo, directo y sencillo que caracterizó a sus letras, generando un Magnum Opus al tiempo que, de nuevo, tiraba su carrera musical al bote de basura. En 1972, con “Walk On the Wild Side” de Transformer, que a la postre fue el mayor hit radial en toda su carrera como solista, Lou Reed se convirtió en promesa de estrella, pero había un problema, el buen Lou tenía un ego y, otra vez, mucha heroína en el cuerpo; no podía ser la mascota ni el protegido de su productor David ‘Ziggy’ Bowie, menos luego de que el británico se hubiese reconocido pupilo a distancia de la Velvet Underground; y no hacía falta repetir una experiencia similar a la del mecenazgo de Andy Warhol. Con las valijas llenas de éxito y un contrato con RCA, Reed se dijo una vez más “ahora sí, me la juego solo”; con el ánimo de quitarse la espina del fracaso que tuvo la recepción de su debut homónimo, se apartó de la gente que con facilidad le pudo mantener en la palestra por más tiempo con la fórmula del glam rock. Imagino que tendría pretensiones menos fantasiosas, ya que mientras la disquera le pedía una continuación de Transformer, Reed quiso hacer un paréntesis en ese estilo para después retomarlo. Berlin no fue compuesto o escrito de un tirón, ni en un proceso creativo continuo y delimitado, ya rondaba en el aire que respiraba Reed incluso desde los últimos tiempos de la mítica Velvet Underground, cuando el grupo grabó, pero no usó para ninguno de sus álbumes, las canciones “Stephanie Says” (que devino en “Caroline Says II”), “Oh Gin” (a la postre “Oh Jim”) y “Sad Song”, el cierre de Berlin, con letras menos trabajadas. Cuenta el biógrafo Mick Wall en Lou Reed – The Life, que Reed comenzó a tomar consciencia de lo que quería hacer para su tercer álbum cuando una escucha tardía de “Mother” de John Lennon le impactó por el realismo de su letra. Con su experiencia como cronista en canciones acerca de las personalidades y (¿por qué no?) personajes que conformaban la fauna de la Factory en su época Velvet, no sería tan complicado dotar de realismo a la historia de la pareja imaginaria Caroline y Jim; de hecho, se le ocurrió que la directriz del álbum sería hacer “una película para los oídos”. Dispuso del dinero de RCA para contratar como productor a un incipiente Bob Ezrin (hasta entonces más conocido por trabajar con Alice Cooper y otros proyectos de rock duro), quien armó un ensamble con 14 ejecutantes de sesión, entre ellos Jack Bruce (de Cream), Steve Winwood (de Blind Faith), B.J. Wilson (de Procol Harum), Aynsley Dunbar y Tony Levin, entre otros jazzmen. En retrospectiva, era un supergrupo desperdiciado por la campaña publicitaria del álbum. “Berlin”, el tema que nombra al álbum originalmente apareció en el debut de Reed. Aquí, con tan sólo el primer verso y un nuevo arreglo de piano, es la apertura de la historia, nos sitúa a una cafetería junto al muro de Berlín, tal vez en Zimmerstrasse, o por Unten den Linden, cerca de una cercada Puerta de Brandenburgo, donde Caroline celebra su cumpleaños; el flechazo con Jim es inminente en “Lady Day”, luego que la viese cantar. Se siente la promesa de un romance memorable. “Men of Good Fortune”, un tema que también llegó a ser interpretado en vivo por The Velvet Underground, según documenta Mick Wall, en apariencia se desconecta de la trama, pero bien nos adentra de manera ambigua en el perfil de Jim, tal vez es un chico buena onda, de buena cuna, sin más necesidad que ocuparse de su aburrimiento, o quizá es un luchador con carencias, que se la ha tenido que jugar cada día y la vida le ha hecho madurar con precocidad. Lou Reed entra en escena con el papel de narrador activo para señalar su indiferencia ante las clases sociales. Si bien, la canción señala, al punto de exageración, los estereotipos diametralmente opuestos entre el varón rico y el pobre desde sus crianzas, y lo que ya sabemos, que es poca la gente que dirige empresas y gobierna países, que puede ser hipócrita, cínica y aprovechada de su posición, mientras la gran mayoría tiene que vivir al día o (tratar de) subir como pueda la escalera social; vislumbra ese ese brutal e injusto mundo dominado por los hombres, hasta para los propios hombres. “Caroline Says I” es una canción preciosa, nos mete en la piel de Jim, al momento en que no puede estar más enamorado de Caroline y con su devocional mirada acepta todo de ella como un absoluto, aunque Caroline pueda ser una pesada y se burle de él. “¡Aun así es mi reina alemana!”, clama Jim en la voz de Reed. “How Do You Think It Feels” lleva al escucha a uno los momentos más íntimos entre Jim y Caroline, ya como pareja, donde se nos revela que no todo es perfección en el nidito de amor. Ambos se han convertido en junkies hasta la médula y queda patente su dependencia, a la pareja y al

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Mira el documental Fugazi Instrument, 10 años de historia de la banda

“Dirigido por Jem Cohen y estrenado en VHS en 1999, «Instrument» repasa los 10 años de historia de la banda de Ian MacKaye (1987 a 1997) combinando imágenes en vivo, ensayos, escenas entre bastidores y entrevistas varias registradas en Super 8 y 16 mm en la etapa que confeccionaron «Red Medicine» en 1995”. “La banda sonora de la producción está integrada principalmente por temas inéditos y material instrumental, incluyendo varios cortes en formato demo extraídos de «End Hits»”. 115 minutos, by Jem Cohen and Fugazi Shot 1987-98 on super 8,16mm and video Disponible en DVD & VHS March 1999Released on DVD: November 2001 Ian MacKaye – vocals & guitar * Guy Picciotto – vocals * Joe Lally – bass * Brendan Canty – drums * FUENTE: Documentales de punk,metal y rock. Grupo de Facebook Fugazi fue una banda estadounidense de post hardcore formada en 1987 en la ciudad de Washington D. C., conocida por su postura ‘hazlo tú mismo’ (‘do it yourself’), su manera independiente de funcionar y su reticencia frente a la industria musical, aspecto que también extienden a su discográfica, Dischord Records.

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Loveless: la tormenta perfecta de My Bloody Valentine a 30 años de su nacimiento

‘Loveless’ es un disco vanguardista que marcó un antes y un después en la historia de My Bloody Valentine y del propio subgénero conocido como shoegaze. Musicalmente fue el momento en el que la banda logró llegar al punto más alto de su creatividad, dejando muy atrás a su álbum debut ‘Isn’t Anything’, gracias a la obsesión de Kevin Shields (líder y guitarrista) por agregar capas y capas de guitarras distorsionadas por el efecto Tremolo en cada track, con lo que llegó a llamar la atención de Robert Smith y Brian Eno, sin embargo, no todo fue miel sobre hojuelas para la banda irlandesa a principios de los 90’s, por eso quise escribir un poco sobre la historia detrás de este gran disco, en el marco de sus primeros 30 años y la historia va así… To here knows when Uno podría pensar que en 1991 la salida de un álbum como Loveless sería toda una revelación mundial, pero las cosas fueron un tanto diferentes: cuando el disco salió por primera vez en las tiendas de discos un 4 de Noviembre (tan solo 6 semanas después de ‘Nevermind’), su recibimiento fue tan pobre y poco valorado por la audiencia que prácticamente llevaron a la quiebra a Creation Records (su casa disquera) que había invertido cerca de 480,000 libras en 2 años de grabaciones y decenas de productores diferentes, ante la negativa de Kevin Shields por terminar la grabación de cada instrumento, después de días, semanas, meses… años. Tal fue el nivel de exigencia que Shields tenía consigo mismo y con la experimentación sónica de Loveless, que para la canción To here knows when, (que sería lanzada en un EP llamado Tremolo como un adelanto del disco), la banda se tomó casi una semana para grabar únicamente el sonido de un pandero hasta que finalmente quedaron satisfechos. Pero eso no sería todo, entre 1989 y 1991 la banda cambiaría constantemente de estudios de grabación buscando ingenieros de audio, equipos de sonido y técnicas de grabación que cumplieran con los extraños requerimentos que la banda (o Kevin Shields) quería, como el poder acelarar y desacelerar su voz creando diferentes tonos para canciones como When You Sleep y Come In Alone, dando la sensacion de estar escuchando a dos personas diferentes cantando al mismo tiempo. Lo cual generó incontables conflictos finacieros para Alan McGee (dueño de Creation Records) que para mediados de 1991 se encontraba en bancarrota, por lo que no pudieron pagar los gastos al estudio Britannia Row, y estos al saber que no recibirían su pago, se negaron a devolverle su equipo a la banda. Acto seguido, Shields y compañía entrarían una noche de contrabando para recuperar sus instrumentos y los masters de grabación para continuar en otro lugar. Come In Alone Al final, Alan McGee terminó pagando casi medio millón de dólares por la grabación del disco con 19 productores y casi un veintena de estudios de grabación, con la esperanza de recuperar su inversión con las ventas del disco, sin embargo esto nunca sucedió debido a que el fenómeno musical que representaba ‘Nevermind’ terminó por eclipsar casi a todas las bandas y proyectos que surgieron después, por lo que decidió echarlos de su disquera. Posterior a la salida del disco Bilinda Butcher (vocalista y segunda guitarra) declararía en entrevistas que los momentos de tensión durante las sesiones de grabación eran tan comunes que incluso la banda comenzó a tener fricciones cada vez más grandes entre ellos: “Nos llevó mucho más tiempo de lo pensado y nadie lo disfrutó. Colm la pasó mal en aquel entonces. No podía tocar la batería, no sonaba tan bien como antes. Los cuatro nos estábamos perdiendo a nuestra manera, Dios sabe por qué… recuerdo y me pregunto si fue el cansancio o el estrés acumulados. No teníamos dinero. Colm no tenía hogar, dormia en sofás y la relación entre Kevin y yo se estaba rompiendo. Francamente, nos estábamos volviendo locos el uno al otro. La única razón por la que el álbum se llamó ‘Loveless’ es porque todo eso ocurrió cuando lo hicimos”. Blown a Wish A pesar de tener todas las probabilidades en su contra, Loveless logró cautivar a la prensa internacional y confundir aun más a la generación X, que había sido devorada por el sonido de Seattle y mientras Nirvana arrasaba con todo a su alrededor, My Bloody Valentine ponía a prueba la paciencia y tolerancia de toda su audiencia al tocar en vivo una oda al feedback de más de 15 mins, a la mitad de You made me realice, cual los llevó a hundirse en la escena underground de los 90’s, incomprendidos por una gran mayoría de personas que solo escuchaban simple y llano “ruido”. Con el paso del tiempo, bandas como Slowdive, Ride y Lush sentarían las bases para subgéneros como el noise y el dream pop, pero también darían pie a que, tanto el álbum de MBV como la escena shoegaze poco a poco fueran ganando reconocimiento en las nuevas generaciones, que llegarían a formar bandas como Blonde Redhead, M83, Ringo Deathstarr, Wolf Alice, o incluso Lorelle Meets the Obsolete, Mint Field y Margaritas Podridas a nivel nacional. My Bloody Valentine puede no ser una banda que venda millones de copias, sin embargo su influencia musical, ha impactado a millones de jóvenes que alguna vez soñaron con crear un muro de sonido que rompiera el silencio de forma estridente y violenta, justo como en las primeras notas de Only Shallow, track que abre el álbum de forma contundente y que define de forma clara el sonido de una banda a la que nunca le interesó llenar estadios, sino encontrar su propia marca musical… ¡y lo lograron!

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Columna Estoy Escuchando: Master of Reality, de Black Sabbath

Por Abraham Garcí[email protected] Publicado hace 50 años, es el tercer álbum de la primigenia agrupación de metal formada en Birmingham. A la fecha continua el debate acerca de si es o no aquel que terminó por definir al género entre su discografía. Mi acercamiento a Black Sabbath fue en la adolescencia, cuando un viejo amigo me regaló las copias quemadas en CD de Paranoid y el álbum que hoy escuchamos, con el pretexto de aleccionarme sobre metal, pues desacreditaba los grupos que escuchaba por ese entonces. Fue la banda perfecta, con la mística perfecta, en el tiempo perfecto para sumergirme en ella. De ahí que me resulte complicado hablar acerca de uno de mis máximos grupos favoritos en la vida. Cuesta mantener el sentido de objetividad y no caer en las garras del fanatismo desbordado, pero antes que periodista musical, soy melómano. Así que haré lo posible por mantener una línea de equilibrio. Era julio de 1971 y Black Sabbath ya lanzaba al mercado su tercer larga duración, apenas 16 meses después de haber publicado su debut homónimo. Nadie había asimilado del todo su música porque causaba extrañeza y hasta desprecio que alguien cantara sobre demonios poseyendo almas y hombres de hierro de fantasía destruyendo pueblos, pero el sencillo “Paranoid” les hizo ganar cierta publicidad en los medios de comunicación, debido en parte al pegajoso acorde de Anthony Iommi y la letra de Terence Butler, hasta cierto punto convencional para los charts de popularidad. Eran los tiempos en que como novel grupo tenían que aprovechar la atención recibida por la controversia que despertaron al ser señalados como satanistas y rajarse el lomo como burros en tocar, componer, grabar y publicar antes de que se desvaneciera la notoriedad, por la que también competían grupos tal vez hasta más virtuosos, como Deep Purple o Led Zeppelin, que junto con los mismos Black Sabbath empujaron para abrir las puertas del éxito popular a los grupos de rock duro o pesado, pero lejos de grabar más éxitos radiales, Black Sabbath entregó Master of Reality, un álbum que de primera oída pareciera una calca, un Volumen II de su antecesor, o que incluso podría ser parte del mismo álbum, por la duración y cantidad de canciones de ambos. También era un álbum nada amigable para la radio.En los menos de 35 minutos de duración y 6 canciones per se que contiene (por ahora obviemos “Embryo” y “Orchid”), Master of Reality parecería más un ep que un álbum (así como el Bad Witch de Nine Inch Nails), pero que en mi opinión supuso la chapita o una fina punta de lanza para terminar por definir una estética y un estilo musical auténtico y original como propuesta del grupo. Si con el homónimo Black Sabbath el grupo quiso asustar a críticos y gente con su pantanoso blues electrificado, como otrora hiciera la película de Mario Bava de donde tomaron el nombre; si con Paranoid comenzaron a ganar dinero a causa de la polémica, el morbo y los “hits” radiales, Master of Reality presentó un sonido más consciente y pulido de parte del grupo y una identidad musical completamente cohesionada y sólida. Son mínimos los detalles, ¡pero están presentes! Incluso dispusieron de más tiempo en el estudio y a diferencia de las sesiones de los álbumes anteriores, pudieron trabajar con mayor calma. La portada del álbum, como si fuese una fotografía distorsionada con el objetivo conocido como ojo de pez, presenta la tipografía con los nombres del grupo y del álbum de manera que parecen ondear sobre una bandera con fondo negro. BLACK SABBATH en el púrpura de la realeza y MASTER OF REALITY en un gris casi negro, que se torna invisible al primer vistazo. Todavía la entiendo como una declaración, no sé si de intenciones, de principios o de fundamentos, independiente a los aspectos musicales de su contenido. Atronador y denso es el inicio del álbum con esa oda a la marihuana que es “Sweet Leaf”. Michael “Ozzy” Osbourne en su cantar suena como un niño emocionado y agradecido con Doña Macohna por haber ampliado su reflexividad y sus capacidades de contemplación para disfrutar de la vida, mientras Iommi hace gala de sus acordes más pegajosos y obesos para arrancar con fuerza. Sorprende que la frase “pruébala” en el cuerpo de la letra no haya sido censurada, si se considera que Black Sabbath ya registraban buenas ventas y eran sujetos de escrutinio público. “¿Pierdes el aliento cuando piensas en la muerte o mantienes la calma?” es una de mis líneas favoritas de Black Sabbath, contenida en “After Forever”. A la fecha, todavía me emociona. Es una canción que en lo personal me remite a mis 11 años, al tiempo en que de buena gana me preparaba para hacer mi confirmación en la Iglesia Católica. Por el proceso mismo me surgieron inocentes preguntas como “¿y de dónde salió Dios?”, mientras la señora que nos instruía contestó, no con una respuesta suya, tal vez basada en su fe y su lógica, sino que me leyó tal vez una parte del “Credo”. Percibí que su respuesta era para memorizar y no para discernir. Fue muy insatisfactorio, en términos tanto del reforzamiento de mi fe como en la situación misma, ya que quise comprender algo y se me trató como si fuese un autómata incapaz de razonar. De eso va “After Forever”, así como de la hipocresía entre feligreses y otros dardos a tan entrañable institución. Black Sabbath quiso lanzarla como como sencillo y curiosamente fue descartada en las estaciones de radio. Iommi, que por aquellos días todavía no contaba con fabricantes de prótesis a la medida para sus yemas mutiladas y tenía que ingeniárselas para crearse las suyas, continuaba con dolencias a causa de la tensión al pisar las cuerdas. Para grabar parte del álbum tuvo que afinar su guitarra en un tono todavía más grave que en las sesiones de sus primeros dos álbumes con el grupo. Butler tuvo que hacer lo propio con las cuerdas de

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Mira The Velvet Underground, el documental

Conoce a profundidad el legado de Velvet Underground en este gran documental que cuenta su historia. Dirigido con el espíritu vanguardista de la época por Todd Haynes, esta caleidoscópica historia combina entrevistas exclusivas con imágenes de archivo. Lou Reed y John Cale fundaron en 1964 The Velvet Undergound, conjunto que se mantuvo activo hasta 1973 y que marcó la escena musical neoyorquina durante esos años. A Reed se unieron Maureen Tucker, Doug Yule y Sterling Morrison, y juntos fueron fichados para The Factory por Warhol, quien unos años después de su fundación se decidió a ser el representante de esta banda que se alejaba del movimiento hippie que a finales de los 60 todavía dominaba la escena musical. A pesar de haber conseguido un discreto éxito durante los años de su carrera, el conjunto fascinó a Andy Warhol y se convirtió en uno de los habituales de The Factory, lugar de intelectuales y artistas. Ahora, a casi 50 años después de su disolución, Todd Haynes dirige un documental que ahonda en su historia. La banda es a menudo citada por muchos críticos como uno de los grupos más importantes e influyentes de la década de 1960.​ En una entrevista en 1982, Brian Eno declaró repetidamente que mientras el primer álbum de Velvet Underground pudo haber vendido solo 30 mil copias en sus primeros años, “todos los que compraron uno de esos 30 000 ejemplares comenzaron una banda”. Mira el documental en Cuavana: https://cuevana3.io/50244/the-velvet-underground O descárgalo vía WeTransfer: https://we.tl/t-LZibFfA9g8?src=dnl También está disponible en Apple TV.

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Columna Estoy Escuchando: Blue and Lonesome, de The Rolling Stones

Por Abraham Garcí[email protected] Lanzado en diciembre de 2016, de momento es el último álbum de estudio del grupo londinense y la última grabación con su baterista, Charlie Watts, fallecido el pasado 24 de agosto. Antes de comenzar, debo decir que me encantan los álbumes de covers. A veces las versiones hechas por el grupo o intérprete que lanza el álbum son hasta mejores que las originales. Y las versiones pueden suponer un vínculo a nuevos-viejos artistas que no conocías y de pronto ya te convertiste en fan absoluto tras el descubrimiento. Son puntos de conexión hacia otras cosas, de ida o de vuelta. Así me ha pasado con Garage Inc. de Metallica, Undisputed Attitude de Slayer, Мама Анархия de Kalashnikov Collective, Renegades de Rage Against The Machine, Pin Ups de David Bowie, American IV: The Man Comes Around de Johnny Cash, Nothing Can Stop Us de Robert Wyatt y Avalancha de Éxitos de Café Tacuba. Incluso con The Spaghetti Incident? de Guns N’ Roses (un grupo que en lo personal me aburre). Los álbumes de covers a veces son grabados con el puro propósito de entregar algo a la disquera y así cumplir con el contrato, otras porque son canciones que verdaderamente aman quienes las han grabado y existen esas ganas de rendirles un tributo; algunas otras son para que el artista o grupo pretenda darse un halo de humildad y lograr pasar de largo ante un bloqueo creativo. Y las menos de las ocasiones, son por el simple gusto de hacerlo, como podría ser el caso de Blue and Lonesome. Es que los Stones desde hace mucho no tienen que demostrarle nada a nadie. Yo todavía ni nacía cuando ya ostentaban el mote de “La banda más grande del mundo”, y tal vez sea por el simple hecho de que llegaron desde abajo y se han podido mantener vigentes al acercarse tanto a talentos viejos como a los contemporáneos y emergentes ¡desde los malditos años 60! Si bien es cierto que resulta fácil decirlo en un párrafo, como proyecto musical y como marca registrada, The Rolling Stones han tenido que sortear la muerte de su líder y compositor fundador Brian Jones, las salidas de integrantes musicalmente entrañables como Bill Wyman y Mick Taylor, las adicciones de todos en distintos puntos, conciertos convertidos en tragedias como Altamont ‘68 y una cantidad de descalabros discográficos (ni siquiera recuerdo el nombre de alguno de sus álbumes de los años 80), pero quienes hemos tenido oportunidad de escucharlos en vivo podemos dar testimonio de que todo lo bueno (y quizá también lo malo) se lo han trabajado sobre la tarima, y en el camino se han inventado los clichés del rockero rebelde, loco y hasta satánico. Han sobrevivido a ellos mismos y se han generado un caché para continuar a expensas de su propio mito, sin ser tan impecables ni tan grandilocuentes como músicos. Por todo eso es que ahora resulta tan agradable tener un Blue and Lonesome como posible despedida discográfica del grupo, lo veo un poco como un testamento para repartir algo de la misma herencia musical de la que ellos mamaron y les hizo crecer. Pero volvamos a diciembre de 2015, tiempo en que fue grabado. Imagínate que tienes a 4 septuagenarios curtidísimos, con la vida ya resuelta y toda su historia en las espaldas, que se han bajado de sus autos de lujo y reunido por tres días en el estudio para plantarse a tocar y divertirse como si fuesen quinceañeros, con el pretexto de grabar material nuevo. De pronto, Keith afina su instrumento, se pone a rasguear algún acorde bluesero que ha intentado perfeccionar desde hace más de cincuenta años, la banda comienza a jamear, y de la nada se le ocurre sugerir algo como: “¿qué tal si mejor grabamos unos covers de Willie Dixon, Howlin’ Wolf y este de Little Walter?” A todos les encanta la idea, es como volver a la adolescencia y tratar de imitar a los héroes, como si fuesen una bola de novatos. Y por casualidad el amigo Eric Clapton también está en ese estudio de Mark Knopfler y trabaja material suyo. También toca la guitarra y además es otro clavadazo del blues. ¿Por qué no invitarlo a participar en un par de canciones? No puedo decirme conocedor ni fanático del blues, pero de lo poco que sé y he oído decir, es que el blues es una música donde, más allá de las formas sonoras, prominentemente se expresa abatimiento y añoranza en un contexto de cotidianeidad social y/o personal, pero también puede expresar la alegría y el gozo efímero de la francachela. Pues Blue and Lonesome parece cumplir con esas no sé si llamar directrices. Se decanta mucho por el aspecto personal, la sensación de descorazonamiento, quizá porque se trate del tópico más universal o reconocible del blues (que me hace pensar en Las penas del joven Werther, de Goethe). Ahí tienes “Just Your Fool” y “Commit a Crime”, que aunque candorosa la primera y movidita la segunda, van sobre fervientes apegos emocionales que han jugado malas pasadas. “Blue and Lonesome”, la canción de Little Walter que da nombre al álbum es también la primera pieza que los Stones grabaron en aquellas sesiones de 2015 y que claramente les dio el ángulo y el pretexto de lo que debería ser su último trabajo discográfico a la fecha. Más que una canción, es un aullido de lamento suicida, una súplica que nunca será escuchada. Tanto Walter como los Stones exudan intensidad en sus respectivas grabaciones. Nos damos cuenta que mientras Richards es un tanto sucio y desprolijo en la guitarra (como la canción de Pappo), Walter es un finísimo virtuoso con la harmónica. También es la verdadera primera muestra en el álbum donde se puede notar que aunque Jagger no vive de ser armonicista, en realidad es uno muy bueno, al grado de casi ser quien se roba la canción. Mi Charly, en paz descanse, marca ese ritmo lento y pastoso, monumental

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