La psicodelia española con sus loops infinitos y reverberación pomposa. Por definición, un sonido que replica las experiencias con setas mágicas, mezcalina o LSD parecía no tener cabida en la España de los 60, cuando el aislamiento cultural y el paternalista nacionalcatolicismo sirvieron de barrera contra las sustancias alucinógenas que, en los territorios vecinos, ya eran de lo más mainstream. Triste proceder. Todos los conjuntos (término que, por cierto, deberíamos recuperar) se veían obligados a enviar sus discos a la Dirección General de Radiodifusión y Televisión, que calificaba como «no radiables» aquellos títulos relacionados con el contacto físico, el mundo de la noche y, en general, que filtraran cualquier atisbo de vicio. Las bandas psicodélicas que se oteaban en el horizonte anglosajón casi no consiguieron ser «radiables». Pero, en España, hay algunos tesoros enterrados. Smash, con su fusión de psicodelia y folclore andaluz, sí consiguieron franquear al mismo Franco. Los sevillanos, pioneros del underground progresivo, dejaron un documento inestimable, el «Manifiesto de lo borde» donde, además de criticar la esclavitud moral de sus coetáneos, plantean una forma de vida disruptiva: “No se trata de hacer ‘flamenco-pop’ ni ‘blues aflamencado’, sino de corromperse por derecho. Sólo puede uno corromperse por el palo de la belleza. Imagínate a Bob Dylan en un cuarto, con una botella de Tío Pepe, Diego el del Gastor, a la guitarra, y la Fernanda y la Bernarda de Utrera haciendo el compás, y dile: canta ahora tus canciones. ¿Qué le entraría a Dylan por ese cuerpecito? Pues lo mismo que a Manuel Molina cuando empieza a cantar por bulerías con sonido eléctrico: Aunque digan lo contrario, yo sé bien que esto es la guerra, puñalaítas de muerte me darían si pudieran.” Gualberto García, guitarrista de Smash y otras bandas de rock andaluz, cuenta, en una entrevista para efeeme, cómo tocaban canciones de Pink Floyd, Yardbirds, Beatles o Hollies ante oídos españoles inexpertos que sólo pedían pasodobles. Los tiempos eran rancios y anárquicos, por lo que Gualberto dejó el grupo por un tiempo (era demasiado «suave y comercial») y voló a EEUU para vivir la contracultura del Woodstock y Jimi Hendrix. Pero si hay una piedra angular del rock progresivo andaluz, tiene que ser Triana. Atención a esta maravillosa portada: tres jipis mezclando psicodelia con flamenco en un patio andaluz. Guarda ciertas reminiscencias con la portada del Before Today, de Ariel Pink’s Haunted Graffiti. ¿Es el de Triana el primer graffiti de la historia con el nombre de la banda pintado en la pared? Misma década de los 70’s, misma España gris, surge en Barcelona otra genial banda de rock psicodélico, con influencias acid-folk, Pan y Regaliz. Se atrevieron a cantar en inglés y consiguieron un sonido muy carismático, con influencias africanas. Su paso, desafortunadamente, fue breve. Su música era tan buena que llegaron a pincharla en varios pubs ingleses. En mayo del 71, Granollers fue epicentro del primer Festival de Música Progresiva en España (y el primer festival al aire libre). Sus asistentes, la también primera generación de soñadores psicodélicos y valientes, jugaron por unas horas a ser libres. Durante esas intensas noches de amor, paz, alucinógenos y buena música, tocarán Smash y Pan y Regaliz, junto a otras bandas como Maquina!, más jazzeros y eléctricos. Barcelona, siempre aventajada en creación artística, parió otro de los mejores sonidos del progresivo español. También asistiría el excéntrico Pau Riba, autor del primer disco de rock de la historia en catalán. Sus letras son una crítica feroz al ecosistema burgués y ultra católico de la sociedad catalana, donde él mismo había nacido. En pleno 1970, se calcó esta portada del Niño Jesús reposando en un jardín psicodélico, en su genial álbum Diòptria. Su incapacidad congénita para adaptarse a su puritana familia le hizo huir al reducto jipi de Formentera, donde viviría en una cueva, sin agua corriente y lejos de la civilización pudiente. Tras su peregrinaje rural, volvió a Barcelona, para seguir contribuyendo en la contracultura catalana más transgresora. Pese al papel primordial del festival de Granollers en la historia de la música española, la mala prensa hizo que su segunda edición jamás viera la luz. El sensacionalismo al servicio del régimen pintó el festival como una orgía de drogadictos disfrazados, mientras el resto de la sociedad seguía sumergida en un anacronismo ajeno a cualquier inquietud cultural. Posteriores a Granollers, pero también catalanes, son Gotic. En el 78, lanzan el dulce Escenes, un rock sinfónico virtuoso y romántico, puramente instrumental y con ciertos toques de jazz. Una de esas pequeñas joyas que, tristemente, se escaparon del recuerdo colectivo cuando terminó el apogeo del progresivo. Más allá de Andalucía y Cataluña, también hubo vida. Crack, asturianos haciendo también rock sinfónico en plena industrialización, sólo duraron un año. Sin embargo, Si todo hiciera crack es un disco épico, en todos los sentidos; una armonía preciosista de guitarras, teclado y flauta. A pesar de sus majestuosas composiciones, pasaron sin pena ni gloria por España, aunque sí recibieron alabanzas desde el extranjero. Pero el sinfónico más luminoso vino, por supuesto, de las islas. Los Canarios, con Teddy Bautista (más tarde, presidente de la SGAE) al frente, también le dieron al progresivo con su joya Ciclos, una dimensión onírica de Las cuatro estaciones de Vivaldi. Por desgracia, es su único disco de este género, bellamente artificioso y con instrumentación electrónica potente. Las cuatro estaciones son sustituidas por las cuatro etapas del desarrollo humano: niñez, juventud, madurez y vejez. Este fragmento, Paraíso remoto, con una estructura orquestal y matices folk, inicia el álbum. Algunos supieron incorporar la psicodelia al hype del momento, el pop, y saborear el éxito. En la Madrid castiza de los 70, dos mujeres, Vainica Doble, lanzaron su primer single, Caramelo de limón, una oda popera-psicodélica al aperturismo. La portada, del artista Iván Zulueta, representa una plaza de toros: en el ruedo, la España que